José Antonio Millán
Un problema semántico
Desde hace años se arrastra una duplicidad de sentidos para la expresión libro electrónico (libro-e, e-libro, e-book). Se utiliza para hacer referencia 1) a las obras legibles en pantalla, descargables o no, imprimibles o no (por ejemplo, «un libro en PDF»), o bien 2) a un dispositivo dedicado, con pantalla y funciones especializadas en la lectura (por ejemplo, el Kindle). Estos dos sentidos, relacionados metonímicamente, ya operaban también para el librotradicional. Éste es, para la Academia:
«Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen»o bien
«Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen»; es decir: de nuevo el contenido o el continente. Esta deriva de significado actúa constantemente en el terreno de las nuevas tecnologías: «un MP3» es tanto un archivo de sonido como un aparato que los lee.
En la acepción 1 del libro electrónico (las obras) nos encontramos con una proliferación de formatos y modalidades de acceso, muchas veces interconectadas. Un libro a la venta en Lulu.com puede leerse en pantalla, descargarse como PDF o imprimirse bajo demanda (momento en el que en rigor, dejaría de ser un libro-e). Hay que señalar que para la mayoría de los editores, distribuidores e intermediarios de material digital el término libro-e (o e-book) prescinde de la connotación de extensión que hemos visto que tenía en papel, e incluso del carácter unitario que le atribuyen leyes como la española;
«obra científica, artística, literaria o de cualquier otra índole que constituye una publicación unitaria»(Ley 10/2007, de 22 de junio, de la lectura, del libro y de las bibliotecas, Artículo 2). Se llama e-book a cualquier cosa: desde un folleto, poema o cuento a un catálogo, revista o álbum de fotos.
Desde el punto de vista de la lectura en pantalla (aunque con características propias según el dispositivo en que se realice), tan libro-e1 son los HTMLcrudos de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, los jpg. de una edición facsímil en la misma, como las versiones Flash con giro de página de Issuu.com, pasando por las novelas para teléfono móvil o PDA.
Un poco de historia
Llevamos más de treinta años conviviendo con obras literarias o de cualquier otro tipo para leer en pantallas de todos los tamaños. Los dispositivos dedicados a la lectura (libro-e2, a los que en lo sucesivo denominaremos libro-e, e-book, etc., a secas, o sencillamente lector) tienen sólo una década de antigüedad. Estos aparatos han estado apareciendo y desapareciendo constantemente del mercado y de los medios de comunicación. La última reencarnación de la idea ha sido el Kindle de Amazon, que ha despertado un ruido mediático muy grande, a pesar de que ya habían aparecido antes en el mercado otros dispositivos dedicados similares. La repercusión ha sido notable incluso en España, donde ni estaba a la venta ni había planes de que estuviera.
El hardware para lectura tiene varias características que podrían explicar su tradicional falta de éxito. Por un lado, en este momento de convergencia de funciones en un mismo aparato (el teléfono móvil hace también de emisor/receptor de mensajes cortos, de PDA, cámara fotográfica, reproductor de música, plataforma de juegos, localizador geográfico...), el libro-e hace una sola cosa -almacenar gran número de libros para que los leamos-, que además no parece tener excesiva demanda.
E-Babel
Pero vayamos por partes: la tecnología de tinta electrónica en la que se basan la mayoría de los libros-e actuales es excelente para la lectura (desde el punto de vista energético y ergonómico) pero pobre para otros usos: es monocroma, por ejemplo, con lo que los dispositivos lectores no son buenos para juegos. Ha habido intentos de dotarles de sonido (para obras multimedia y como lectores de MP3 no-librescos), pero como i-POD los libros-e resultan demasiado grandes.
Está también el problema de los archivos que se pueden leer en ellos. Muchos lectores sólo admiten formatos propietarios que incorporan la posibilidad de Gestión de Derechos Digitales, Digital Rights Management, DRM, que impide la copia de la obra (con lo que ello conlleva de pérdida de la inversión si la plataforma fracasa, imposibilidad de pasarlos a terceros, etc.), y graves limitaciones en su uso, como hacer que el archivo sólo pueda leerse en un dispositivo, o impedir la impresión de páginas. Por no hablar de las incompatibilidades internas: uno compra un archivo de la versión 6.0 de determinado formato... que le da problemas en un lector que funcionaba para la versión 3.0.
De los formatos propietarios el más famoso es el Mobipocket, que compró recientemente Amazon. Los formatos ligados a libros-e concretos van parcelando el mercado en detrimento de las posibilidades de los usuarios. Kindle, por ejemplo, usa una variante de Mobipocket, pero no puede leer directamente archivos Mobipocket que su propietario pueda haber comprado para su PDA, PC u otro lector. Hay sitios de venta de e-libros1 que ofrecen hasta 12 diferentes formatos, lo que Tom Tivnan llama «e-Babel». Algunos libros (como Iliad), permiten visualizar también HTML o PDF, liberando por tanto el lector para obras abiertas en la red y para usos privados.
La decisión de cerrar con DRM los libros electrónicos vendidos corresponde a los editores, y aunque hay indicios de que algunos abandonan estas barreras, la mayoría de los títulos a la venta las tienen.
Cuestión de precio
La compra de un e-book supone un considerable desembolso: 299,99 dólares (unos 192 euros) el Sony Reader, 359 dólares (unos 230 euros) el Kindle, 499 euros el Iliad más barato. Está claro que ningún usuario pagará un precio así si no va a poder disponer de obras para su aparato. Parece que Amazon ofrece para el Kindle 125.000 títulos, y entre ellos hay muchas obras de actualidad, best-sellers y títulos apetecibles para el mercado masivo. Otras plataformas menos poderosas que la gigantesca tienda virtual podrían no obtener tantos títulos. Sony, por ejemplo, ofrece para su Reader 45.000 títulos.
Quien implante su lector y utilice además formatos propietarios puede crear un monopolio de facto. Ya hay denuncias de que Amazon está vendiendo las obras para su Kindle por debajo del precio que paga por ellas a los editores. Al tiempo, muchos e-books se venden con lotes de libro de regalo: el Sony Reader incluía cien clásicos y Papyre, 400... ¿Hay quien dé más?
Sin embargo, los precios de los libros de actualidad para dispositivos lectores no son precisamente baratos, y la diferencia con los precios del mismo libro en papel no se explican bien, para un producto que no hay ni que imprimir ni que transportar. Centrándose en el caso del Kindle se ha calculado que haría falta una compra de 61 libros para amortizar la adquisición del aparato con los ahorros frente a la compra de los mismos títulos en papel. Si en ciertas caracterizaciones de «lector habitual» la frontera está en 13 libros al año, parece que para que un Kindle tuviera una rentabilidad puramente económica haría falta un súper-lector.
Otra cuestión importante es si los libros-e atarán o no al comprador a una determinada tienda virtual para adquirir las obras.
¿De dónde vendrán las obras?
Desde el punto de vista de la obtención de obras para los e-books, se dan situaciones curiosas: mientras que los editores estadounidenses controlan los derechos electrónicos de sus autores, y por tanto pueden negociar cesiones masivas para e-book, en el caso de los autores españoles (cuyos derechos digitales no tienen los editores) esto se convierte en una tarea que hay que hacer autor por autor, o con sus agentes, que no suelen ser muy amigas de tales cesiones.
Otra cuestión nada trivial es la vía de obtención de las obras para el público: la mayoría de los libros-e requieren conexión a un PC para bajarse/comprar obras, mientras que Kindle optó por conexión directa vía línea telefónica móvil. En un mercado que cada vez opta más por la inmediatez de la compra (mando un SMS y me bajo una canción), la intermediación penaliza al producto.
Pero además, la Web es hoy en día un reservorio de lectura quizás más grande que el mundo editorial, y que los libros-e que leen formatos abiertos pueden descargarse incontables páginas y blogs para su lectura, y no sólo (caso de Kindle) los que quiere el propietario.
Desde el punto de vista de las funcionalidades de estos aparatos, hay que tener en cuenta que bajo el término lectura se agrupan muchas operaciones, no todas las cuales se limitan a recorrer secuencialmente los caracteres en la pantalla: están los subrayados, anotaciones, extracción de resúmenes o citas, búsquedas, etc., que caracterizan no sólo la lectura técnica o científica, sino también la de fruición, cuyo componente social (recomendar un libro, enviar un fragmento) nunca se recalcará lo suficiente... La realización de estas operaciones complementarias, su salvaguarda posterior y su comunicación a terceros suele ser dificultosa, incluso para archivos abiertos, en dispositivos que por lo general aún carecen de un diseño óptimo de interfaz y funciones.
Muchos laptops tienen hoy pequeñas dimensiones, y muchos programas extendidos (empezando por Word y Adobe) tienen funciones de presentación de texto orientadas a la lectura más que la edición. ¿Para qué queremos un aparato tan grande como un laptop pero que sólo hace una cosa? Para complicar la cosa, hay ordenadores portátiles que se presentan como e-books (sin mencionar el equívoco creado por el nombre del portátil MacBook), como el famoso ordenador para el Tercer Mundo de Negroponte, el OLPC, que insiste en difundir sus funciones de lectura de libros. En su última reencarnación aparece como una pantalla doble que imita la familiar disposición de páginas enfrentadas que desde hace siglos caracteriza al códice...
Porque ésta es otra cuestión que ronda tanto a los libros-e1 como a los libros-e2: todos se sienten atraídos por la forma clásica del libro: sus dimensiones, la proporción márgenes/texto, la doble página enfrentada, el giro de hojas. ¿Son realmente necesarias estas cosas para la utilización de textos electrónicos? Digamos que el libro tradicional, que nace con el manuscrito y se divulga con la imprenta, es un objeto muy depurado (perfecto como un cuchillo, dice el diseñador Yves Zimmermann: ¿qué vas a quitarle o añadirle?), y además lleva consigo siglos de prácticas lectoras y prestigio añadido. No es extraño que su influjo persista, y seguir sus pasos probablemente puede ahorrar ciertos problemas.
Competencia en la fabricación
Pero la clave de la evolución futura del dispositivo dedicado para la lectura probablemente esté en un hecho que señalaba Cory Doctorow: el mundo del libro tiene un peso relativamente pequeño en el conjunto de los negocios actuales: música, juegos, ofimática.... Esto tiene dos implicaciones: que la industria no puede subvencionar al dispositivo lector (la consola tiene un precio artificialmente bajo porque fomenta el gasto en juegos, y la impresora puede hasta regalarse, porque el gran gasto va a estar en la tinta). Los libros, en este caso por desgracia, son baratos, y no se consumen tanto como la música o los juegos. Además (de nuevo Doctorow), en las factorías de la lejana China donde se fabrican desde las consolas hasta los libros-e estos tienen que competir con productos de venta muchísimo más masiva. Esto explica las frecuentes roturas de stock que han padecido tradicionalmente. El libro-e estaría, según él, entre la espada del fracaso de público y la pared del desabastecimiento...
Para complicar las cosas, no pasa un mes sin que aparezca un nuevo modelo de lector, la mayoría basados en la tecnología de tinta electrónica. Aparte de los ya mencionados están: BeBook, Harlin eReader, CyBook, Papyre, Vizplex, Nuut, Cellular Book, STAReBOOK, Flepia, iBook, JetBook, Snippy... Muchos de ellos son variantes del mismo aparato chino o coreano, con pequeños retoques o adaptaciones locales de su distribuidor. Así pues, a la disparidad de formatos se une la de dispositivos y precios.
¿Hacia el e-Phone?
Mientras tanto, la base social del uso de un dispositivo dedicado para la lectura y las prácticas ligadas a él no han comenzado a despegar significativamente. Aunque las ventas de obras de grandes editoriales para e-book van subiendo, la cifra de negocio de venta de aparatos y obras está aún varios órdenes de magnitud por debajo de las cifras de venta de la industria editorial. Voces autorizadas, como Sherman Young, ven aquí un problema de conceptualización:
Teniendo en cuenta (sigue Young) que en el mundo se han vendido 45 millones de smartphones (teléfonos avanzados, tipo iPhone) en los tres primeros meses del 2008, y que estos aparatos tienen buenas capacidades lectoras -aparte de servir para otras muchas cosas-, la revolución puede empezar en cualquier momento. De hecho, la avalancha de obras que apuntan al nuevo modelo de iPhone ya parece augurarlo.
Si los dispositivos móviles (tanto teléfonos como otros del estilo de la iPod Touch) son el futuro del e-book, habrá que pensar que no todos los productos editoriales de la actualidad van a poderse transvasar a la nueva plataforma, de donde se concluye que los cambios futuros no van a llegar a toda la industria del libro por igual.
Conclusión
¿Qué venden exactamente los e-books? ¿Almacenamiento y portabilidad? ¿Acceso inmediato para venta de impulso? ¿Ahorro para la gente que lee mucho? ¿Interacción entre grupos de usuarios? ¿Plataformas para la enseñanza (un creciente número de instituciones superiores anuncian su uso)? ¿Usos privados? (un nicho creciente de usuarios son los propios editores y agentes, que prefieren llevar un e-book con los manuscritos y obras sobre las que tienen que decidir, mejor que una pila de papeles).
No tenemos aún elementos para decidir si el libro-e es (adaptando una cínica definición que proviene de otro campo) una solución para un problema que nadie tiene, o bien la mayor revolución contemporánea del mundo de la edición.
O algo entre medias, por supuesto...
Este artículo fue concluido el 15 de junio del 2008, y parte de los datos de precios, títulos en venta y otros similares se cerraron en esa fecha.
Se publicó en El profesional de la información, julio-agosto 2008, vol. 17, núm. 4. Con respecto a esa versión, ésta presenta varios cambios y adiciones y se ha enriquecido con enlaces.
Este artículo está sujeto a la licencia de Creative Commons «Reconocimiento-No comercial-Compartir bajo la misma licencia 2.5 España» (http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.5/es/deed.es).
Puede comentar este artículo en el blog de El futuro del libro.
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