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viernes, 23 de marzo de 2018

El calvario valenciano de los judíos

Acoso y expulsión medieval


El gran interés de los sefardíes por acceder a la nacionalidad española choca con la persecución que sufrió la minoría hebrea en el Reino de Valencia

22.02.2014 | 14:13
Calle en la que se encontraba una de las tres sinagogas de la antigua judería
Calle en la que se encontraba una de las tres sinagogas de la antigua judería 
Ese judío que anda por la calle con un distintivo en la ropa so pena de castigo y que se ha acostumbrado a las persecuciones violentas, alentadas o amparadas por los resortes del poder, no habita en la Alemania nazi.
Ese pobre hebreo que arrastra los pies temiendo siempre que lo peor esté a la vuelta de la esquina, que ha convivido con múltiples prohibiciones y discriminaciones en su vida diaria „desde la profesión que podía ejercer hasta el sitio en el que podía vivir„ y que pronto será deportado de su tierra con las simbólicas llaves de casa guardadas en el bolsillo, no vive bajo el Tercer Reich de Adolf Hitler.
La imagen es más lejana en el tiempo, pero mucho más próxima en el espacio. Tan próxima que remueve la mala conciencia histórica.
Porque ese discípulo de Yahvé es un valenciano de entre los siglos XIV y XV que mora en el nuevo reino cristiano fundado por Jaume I y cuya memoria desaparecerá en la Valencia del futuro. Esa misma Valencia que ahora ve como los sefardíes „los descendientes de los judíos expulsados de España en 1492„ han respondido esta semana con extraordinario interés al anteproyecto de ley del Gobierno que pretende modificar el Código Civil para conceder la nacionalidad española a los descendientes de los hebreos expulsados en 1492.
Lo cierto es que en ese territorio que surcaba el judío errante del principio, la memoria hebrea ha quedado prácticamente borrada. «Solo se conserva la judería de Sagunt, el callejón en Sant Matéu y el hipotético barrio de Chelva. Del resto de juderías ni un solo resto. Es más, en la mayoría de los casos ni se sabe dónde estaban», lamenta José Hinojosa en su completo libro Judíos y juderías en el Reino de Valencia. Pero la huella hebrea sí ha quedado en la Historia.
Se cree que los judíos llegaron al Este de la península Ibérica tras la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70. Comerciantes y artesanos, los judíos de época romana se asentaron en Sagunt, Elx y quizás Orihuela. Bajo la dominación musulmana de Sharq Al-Andalus „nombre árabe del actual territorio valenciano„ los hebreos tenían una presencia residual en Valencia, Sagunt o Xàtiva. Y en vísperas de la entrada de Jaume I en Valencia en el año 1238, la capital contaba con 162 familias judías, según cifras del arabista E. Ashtor. No obstante, fue con la cristianización del territorio del siglo XIII cuando se conformó el judaísmo valenciano.
Llegaron repobladores judíos de Aragón, Cataluña, Castilla, el sur de Francia y tal vez del norte de África. ¿Por qué? «Jaume I „responde José Hinojosa„ necesitaba banqueros, mercaderes, buenos artesanos y profesionales de la medicina, intérpretes judíos, por lo que alentó la inmigración concediéndoles una amplísima gama de privilegios y normas». Empezaba así una breve pero intensa «edad de oro del judaísmo», libres de acoso y violencia, en tierras valencianas.
Siempre se movieron en cifras humildes, pues nunca hubo más de 5.000 o 6.000 judíos en el Reino de Valencia „casi como en la actualidad„ en una población total estimada entonces en unas 250.000 personas. Hubo hasta 34 juderías de relevancia: de Morella a Orihuela y de Ademuz a Dénia, con Sagunt, Valencia y Xàtiva como capitales.
La convivencia nunca fue fácil. Estrella Israel, autora de La Valencia judía junto a Marilda Azulay, subraya que «los Furs establecían, con carácter general, que los judíos no podían vivir fuera de la clausura y límites de la judería», ni tampoco habitar de paso en casas de cristianos o conversos. También fueron promulgadas leyes que obligaban a los judíos a llevar distintivos para ser reconocidos, porque a diferencia de los musulmanes su aspecto físico no los identificaba. Desde el siglo XIII se usaron distintivos en forma de rueda o círculo, del tamaño de un palmo, de colores amarillo y rojo. Concretamente, dictan los Furs que los judíos «deben ir señalados, llevando en el pecho una rueda, media roja y media amarilla, de un palmo, bajo pena de 100 azotes y 50 morab», como recogen Azulay e Israel.
Ahora bien: el primer punto de inflexión llegó en 1282 tras la conquista de Sicilia y la posterior guerra con Francia de la Corona de Aragón. Los nobles presionaron al rey, temerosos del poder creciente de la minoría judía sobre la Corona, y Pere el Gran „hijo de Jaume I„ tuvo que ceder con el Privilegium Magnum del 1 de diciembre de 1283 en las Cortes Generales, que decía así. «Establecemos y ordenamos que ningún judío sea bayle [alcalde] ni tenga baylía ni curia ni pueda ser colector de las rentas en Valencia ni en otro lugar del reino, ni tenga oficio público que tenga jurisdicción sobre cristiano».
Otras disposiciones les obligaban a llevar capas redondas cuando estuvieran fuera de la judería de Valencia para ser fácilmente identificados. Incluso había órdenes explícitas para impedir que los judíos fueran lapidados en Viernes Santo, el día de la Pasión y en las fiestas de Pascua. Tanto es así que en Xàtiva, por ejemplo, esos días los judíos eran custodiados en sus casas por las fuerzas del orden para evitar ataques cristianos o incluso se arremolinaban en el castillo de la ciudad para evitar ataques en masa.
Tras los 45 años inciales de pax judeocristiana, se inició un siglo de conflicto que desembocaría en la expulsión final de 1492. Pero un siglo antes, en 1391, ocurrió un terrorífico prólogo bajo el eslogan amedrentador de «Muyren los dits juheus o´s facen christians».
Corría el 9 de julio de aquel año y, al socaire de los ataques iniciados en Écija, un grupo de exaltados tomó la judería de Valencia. Asesinaron a 200 judíos y bautizaron por la fuerza al resto, rabino incluido. «La aljama de Valencia „de unos 3.000 habitantes„ dejó de existir para siempre después de aquel disturbio», explica el medievalista Antoni Furió en Història del País Valencià.
Pero ahí no acabó todo. Se había iniciado el efecto dominó tan común en los brotes racistas. Como recoge Furió, «los hechos de la capital no tardarían en reproducirse por todo el país: al día siguiente, a mediodía, era asaltada la judería de Alzira y, pocas horas después, la de Xàtiva, seguida al cabo de unos días por las de Borriana, Morella y Sant Mateu. En otras juderías, como las de Castelló, Vila-real, Gandia, Alicante, Elx y Orihuela, no hubo violencia física, pero sus habitantes se vieron obligados igualmente a convertirse en masa o a huir. La única que se salvó del desastre fue la de Morvedre [Sagunt], que acogió los refugiados de otras aljamas y que se eregiría en el principal núcleo hebreo del país durante el siglo XV».
El clima era cada vez más irrespirable para la estrella de David. A un rey antijudío „Fernando I„ le seguían dos más clementes „Alfons V el Magnànim y Juan II„, pero los detalles ya apenas importaban. El empobrecimiento de las aljamas judías valencianas, iniciado con la decadencia socioeconómica que marcarían los progromos de 1391 y las obligadas conversiones forzosas que aquella persecución provocó, ya era un hecho irreversible.
Tanto es así que en 1492, año del decreto de expulsión, el reino de las 34 juderías había quedado reducido a solo dos ciudades con comunidad hebrea destacada: Xàtiva y, sobre todo, Sagunt. Así se produjo la salida final. Los contratos de embarque que firmaron los judíos para abandonar el Reino de Valencia rumbo a Italia o el norte de África „rescatados por José Hinojosa„ permiten cifrar en 248 los judíos de Xàtiva y en unos 700 los de Sagunt, más otros pocos de Castelló, Orihuela y alguna otra localidad. En total, apenas un millar frente a los 100.000 judíos que salieron de toda España. Aquí solo quedaron los conversos a la fuerza. Las llamadas, con despecho, rates de faraó.
Referencia

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