Nada contribuyó tanto a extender la leyenda de la papisa Juana como una ceremonia descrita, en forma de sátira burlesca por el cronista Félix Haemerlein. Según él, cada vez que era nombrado un papa, se sentaba, con sus partes al aire, sobre una silla con el asiento agujereado. Un joven diácono metía el brazo por debajo, hasta palpar los testículos papales, asegurándose que fuera hombre, y no mujer. Una vez hecha la comprobación, gritaba a pleno pulmón:
Duo habet, et bene pendant
algo así como ¡Tiene dos, y le cuelgan bien!, a lo que el pueblo y los clérigos allí reunidos respondían:
Deo Gratias
demos gracias a Dios.
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El papa tiene testículos: demos gracias a Dios
En teoría, tal ceremonial llevaba practicándose desde el siglo IX, y ello debido a que el falso Benedicto III no era sino una mujer, llamada Juana de los Anglos. Educada en Atenas, y con una increíble erudición -al menos para la media de su época- había escalado rápidamente en la jerarquía eclesiástica romana, llegando primero a cardenal y luego a papa. Su papado sólo duró dos años y medio, y ello porque al cabo de ese tiempo, y en mitad de un procesión, le acometieron los dolores del parto, dando a luz en plena calle.
Atónita por el escándalo, y furiosa por haber sido engañada, la curia romana obligó a que se practicara la ceremonia de la silla, la cual estuvo vigente hasta 1566, cuando Pío V, considerándola impropia de su dignidad, la abolió.
La burla de Haemerlain no tenía nada de cierta, y tampoco existen evidencias documentales que demuestren que una mujer haya podido llegar a ser papisa. Pero junto al relato de otro cronista anterior, el monje Martín de Troppau, que describió detalladamente el pontificado de Juana, hizo creer a todos los europeos que la papisa había existido, y que la curia se aseguraba, tocando las sagradas partes, de que no se repitiera. Pío V, que llegaba desde su cargo de Gran Inquisidor de Roma, consideró que ya era tiempo de dejar de alimentar el rumor aboliendo la ceremonia. Pese a su esfuerzo, la leyenda permanece viva hasta nuestros días.
Autor: Martín Sacristán para revistadehistoria.es
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