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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Los parámetros de la vida

Kedoshim(Levítico 19-20)


La parashá Kedoshim cierra el tema de las ofensas sexuales listando las consecuencias de involucrarse en las distintas relaciones prohibidas que son descritas en la parashá Ajarei Mot.
Una de las características más importantes de una "sociedad moderna" es que ésta se mantiene fuera de los dormitorios de la gente. Lo que ocurra a solas entre dos adultos con consentimiento mutuo no es de la incumbencia de nadie más. Pero hemos ido mucho más allá de simplemente no vigilar la actividad sexual. Nuestra dedicación a la promoción de los derechos humanos y el respeto por la libre elección nos ha influenciado de forma tal que hemos llegado a aceptar ciertas relaciones que eran tabú hace no mucho tiempo atrás e incluso hemos llegado a reconocer legalmente acuerdos maritales poco convencionales. Los matrimonios del mismo sexo no son un fenómeno poco común hoy en día. Ya no estamos hablando de eventos que ocurren en la privacidad del dormitorio.
La reglas de la Torá con respecto a la conducta sexual son el completo opuesto de esto. Dichas reglas van mucho más allá de meramente establecer un estándar moral. La lista de penalidades que es descrita en la parashá de esta semana —que incluyen la pena capital en algunos casos—, deja en claro que en una sociedad guíada por las leyes de la Torá, el orden social que provee el sistema legal requiere que se implementen normas sexuales. Claramente una sociedad basada en la leyes de la Torá no sigue la regla de que “a nadie le incumben los asuntos del otro”. Esta falta de respeto, por así decir, al derecho a la privacidad junto con la completa intolerancia de la Torá ante los actos homosexuales son los principales factores de rechazo por parte de los "pensadores modernos" de los valores de la Torá.
Establezcamos con claridad la posición "moderna" para entender de qué estamos hablando. El argumento es algo así:
1. No existe un significado moral en la satisfacción de ninguna necesidad física.
2. Si una persona heterosexual puede satisfacer sus deseos sexuales con la aprobación de la sociedad, entonces no hay ninguna razón para que un homosexual no pueda disfrutar del mismo privilegio.
3. El único principio moral que hay en la expresión de los deseos físicos es el requerimiento de un consentimiento mutuo; nunca debemos pasar a llevar los derechos de otros en la búsqueda de la satisfacción de nuestros propios deseos.
4. Cualquier intento de interferir en las prácticas sexuales privadas de otras personas es una violación al derecho básico humano de la privacidad.
Por lo tanto, las reglas bíblicas que restringen la libre expresión de las preferencias sexuales se remontan a una era más primitiva del desarrollo humano.
¿Hay alguna forma de presentar la posición de la Torá sobre las prácticas sexuales desde una perspectiva “moderna”?
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¿Quién somos en realidad?

Obviamente nuestra actitud frente a las relaciones sexuales está fuertemente influenciada por nuestra visión de nuestra humanidad en general. La lógica dicta que el primer paso para comprender la actitud de la Torá frente a las prácticas sexuales es comprender la visión que tiene la Torá sobre el ser humano y cómo difiere dicha visión de la visión secular moderna. Como veremos, la diferencia se basa en el entendimiento del rol que juega el "libre albedrío" en el desarrollo humano. La primera pregunta que debemos hacernos es, ¿quiénes somos en realidad?
Debemos establecer por lo tanto cuál es el enfoque secular sobre el entendimiento de nosotros mismos; nosotros somos la suma total de nuestros impulsos y habilidades programadas en nuestro material genético junto con las modificaciones que generen las condiciones del medio ambiente que nos rodea en nuestra etapa de desarrollo. En el lenguaje de la ciencia, estas etapas se conocen respectivamente como el genotipo y el fenotipo.
Todos conocemos cómo funciona esta combinación. Todas las personas nacen con una mezcla de rasgos e impulsos únicos, y ese es el potencial que tienen y expresan a lo largo de sus vidas. Dado que todos nacemos en familias y grupos sociales particulares, y que cada grupo tiene sus propias nociones sobre cuál es el propósito de la vida y qué actividades constituyen un comportamiento civilizado, inevitablemente algunos de nuestros rasgos e impulsos innatos serán fomentados, mientras que otros serán desalentados y reprimidos por ser contraproducentes y antisociales.
La mezcla "única" de herencia y el medio que lo rodea determina la personalidad y actitud de cada ser humano que alcanza la adultez. El uso de la palabra "única" está completamente justificado en este contexto; en toda la historia de la humanidad, no han existido dos seres humanos que hayan compartido exactamente la misma herencia y ambiente. Es claro que la individualidad que separa a cada ser humano del resto no es un producto de nuestras elecciones. No tenemos ningún control sobre el material genético que recibimos y tenemos muy poco control sobre el medio que nos rodea en nuestra etapa de desarrollo y que modela nuestras personalidades.
Para cuando alcanzamos la adultez, ya hemos sido moldeados por estos factores que están más allá de nuestro control; hemos sido programados con un conjunto de rasgos e impulsos que constituyen el amoblado de nuestro mundo interior. Es sólo en este punto, después de que ya hemos llegado a la etapa adulta de nuestras vidas, que tomamos las riendas de nuestro destino; ya ha pasado casi un tercio de nuestras vidas para cuando asumimos finalmente el control sobre nuestro propio futuro.
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Punto de divergencia

Es en este punto que la visión de la Torá sobre el ser humano comienza a divergir de la visión secular.
De acuerdo a la Torá, este ser humano que alcanza la adultez que hemos descrito, por muy único que sea, no puede ser descrito como un individuo en ningún sentido. En este punto, él es un producto. Porque es Dios quien diseña la genética de cada persona y es la Providencia Divina la que le da forma a los parámetros de la vida temprana que forman el carácter de cada uno.
Si una persona no hace más que expresar su personalidad y materializar las actitudes que ha adquirido cuando alcanza la adultez, entonces es como si esa persona nunca hubiera nacido. Una persona como esta sólo puede ser vista como un objeto arrastrado por la corriente del río de la vida que fluye con la energía de Dios, un ser totalmente inerte.
No tenemos más que mirar la creación desde el punto de vista de Dios para poder apreciar la innegable lógica de todo esto. ¿Por qué habría de estar interesado Dios en un juguete de cuerda que gira precisamente en base a los parámetros que Él estableció? ¡No olvidemos que Dios es omnisciente! Él no tiene problemas para ver el futuro. Él no necesita realizar pruebas para ver cómo van a resultar las cosas que Él planeó. La lógica es innegable. Tiene que ser que Dios nos puso aquí para que tomemos nuestras propias decisiones. Él nos dio libre albedrío. ¡Él quiere que seamos nosotros quienes nos formemos a nosotros mismos!
Cuando llegamos a la adultez, debemos examinar el organismo sobre el cual hemos asumido el control y debemos corregir sus defectos incorporados. Si simplemente optimizamos las situaciones a las que nos enfrentamos con las respuestas pre programadas de nuestras personalidades dadas, entonces no hay realmente un propósito por el que debiésemos haber sido creados. Una calculadora de calibre Divino podría fácilmente saber qué haríamos con nuestras vidas. Pero Dios espera más de nosotros.
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Expectativas Divinas

Dio espera que analicemos el mundo que nos rodea como adultos y que saquemos algunas conclusiones sobre cuál es el propósito de la vida. Luego, Él espera que utilicemos nuestras vidas para expresar las conclusiones a las que hemos llegado por medio de nuestras deliberaciones. No debemos tomar ni al mundo ni a nosotros mismos como elementos preestablecidos que no pueden ser modificados, lo cual nos llevaría por la vida intentando adaptarnos lo mejor posible para calzar en el mundo. Cuando concluimos cuál es el propósito de la vida, es nuestra obligación emplear los talentos que nos dio Dios para rediseñar el mundo de acuerdo a dicho propósito. Debemos cambiar el mundo, no adaptarnos a él.
En la práctica, cambiar el mundo significa cambiarnos a nosotros mismos e influenciar a otros a cambiarse a sí mismos. La necesidad de cambiar exige una reorientación de nuestros deseos. Si nos damos cuenta que la expresión de éstos no puede reconciliarse con el propósito de nuestras vidas, entonces debemos emplear nuestra capacidad de libre albedrío para rediseñarlos cuando sea posible, o bien para restringirlos cuando no podemos rediseñarlos.
Este rediseño del carácter siempre es difícil; y restringir los deseos inapropiados es más difícil aún. Pero una persona que no le da forma a su vida y que no controla sus deseos, sino que simplemente materializa su carácter original aceptando todo como algo dado, nunca ejerce de forma genuina su libre albedrío. Ante los ojos de Dios, una persona como esta no existe del todo como individuo, a pesar de que no hay duda que se trata de un paquete humano único, como mencionamos anteriormente. Porque no importa cuán único sea, no fue él, sino Dios, el que formó el paquete, y todo lo que hace el ser humano es devolver el paquete original al final de su vida un poco más desgastado.
El Gaón de Vilna enseñó que el propósito de nuestro paso por este mundo es rediseñar nuestro carácter para que éste refleje el tzelem elokim la 'imagen y semejanza de Dios' (ver Even Shlemá, introducción). La relevancia del hecho que cada persona haya sido diseñada como un paquete único es que cada uno de nosotros tiene la habilidad de reflejar a Dios en su propia manera personal. Los eventos de nuestras vidas fueron ordenados de forma que tengamos la oportunidad de combatir con nosotros mismos las batallas que necesitamos para perfeccionar la imagen de Dios que sólo nosotros podemos ser.
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Satisfaciendo nuestras necesidades básicas

Intentemos traer estas ideas a la tierra mediante analizar un tipo de vida que nos es más familiar. Tomemos por ejemplo los deportes.
Lo más probable es que tú, habiendo crecido en el mismo ambiente cultural que yo, te relaciones con los deportes en algún nivel. Una buena parte del mundo ve el Mundial de Fútbol. Todos conocemos gente sumamente inteligente que se ve tremendamente afectada si su equipo gana o pierde. Esto aplica incluso a gente que nunca se ha involucrado personalmente en el deporte en cuestión. Una gran cantidad de dinero y de recursos sociales se invierten en la organización de los distintos eventos deportivos. ¿Cómo podemos entender esto?
La respuesta es que todos tenemos una necesidad de participar en una feroz batalla, de buscar aventuras, de ser los héroes que vuelven a casa victoriosos a pesar de las probabilidades. La mayoría de nosotros somos incapaces de expresar estas necesidades en el contexto de nuestras vidas cotidianas, ya sea en casa como en el trabajo. Si estas necesidades naturales se mantienen enfrascadas, nos volvemos personas aburridas y frustradas. Por lo tanto, la solución que encontramos es identificarnos con un equipo que esté involucrado en alguna clase de deporte y satisfacemos de esa forma nuestra necesidad de manera indirecta.
Cuando nuestro equipo alcanza la victoria, nos sentimos estimulados e intensamente vivos, ya que nuestra propia necesidad de batalla, aventura y victoria es satisfecha. Si además de eso ponemos una pequeña apuesta en el juego y obtenemos un beneficio real del resultado, eso intensifica nuestro sentimiento de participación e involucramiento, lo cual intensifica nuestro sentimiento de placer.
Esto explica también por qué la violencia y el sexo agresivo son las atracciones más relevantes de los libros y películas. Las necesidades y sentimientos que no somos capaces de materializar —pero que forman parte de nuestra fuerza de vida—, pueden ser expresados y disfrutados de manera segura en una de estas formas imaginarias.
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Qué hay del objetivo

La lógica es bastante clara, pero veamos cuál es la lógica que hay detrás de la lógica. ¿Por qué no consideramos una pérdida de tiempo entretenernos con las sublimes expresiones de nuestros deseos más violentos? Nuevamente todos conocemos la respuesta. ¿Qué otro objetivo hay para la vida fuera de la expresión de nuestras necesidades y deseos? Como seres seculares, ¿para qué deberíamos vivir si no es para eso?
Es sólo la expresión y satisfacción de nuestras necesidades y deseos más básicos lo que nos hace sentir vivos; pasar nuestras vidas en búsqueda de la expresión de nuestros instintos más básicos tiene mucho sentido, ya sea mediante la fantasía o la realidad. Obviamente es mejor satisfacer un deseo en el mundo de la realidad; pero incluso la expresión de deseos que sólo pueden expresarse en el mundo de la fantasía es suficiente como para que valga la pena la inversión y el tiempo; también te sientes vivo.
Nuevamente estamos hablando sobre el concepto del objetivo de la vida, pero esta vez estamos parados justo en el borde del precipicio de una gran división. Si nos tomamos a nosotros mismos y al mundo como elementos dados, entonces la vida no tiene ningún propósito. Nacemos, tenemos hijos y morimos. Ellos nacen, tienen hijos, y mueren. Cada uno es un paquete único, pero ¿qué importa eso? El universo produjo esa unicidad, y ésta pronto se desvanecerá en el polvo estelar.
Sin embargo, a pesar de que la vida puede no tener propósito, ¡es imposible vivir una vida sin propósito! Todo quien posea el don de la inteligencia humana debe hacer algo significativo con su tiempo o se volverá completamente loco. Pero, ¿qué podemos lograr si simplemente estamos desempeñando nuestro rol preestablecido?
La respuesta: usa tu vida para expresarte a ti mismo. Después de todo, cada persona es única; no hay nadie más que tenga las mismas características o personalidad que tú. Si pasas tu vida expresando tantas de ellas como puedas sin causarle ningún daño al resto, entonces tendrás una vida tan significativa como sea posible dadas las circunstancias.
De hecho, dado este orden de las cosas, evitar que una persona exprese una necesidad básica puede ser definido casi como un mal moral. Nadie tiene la opción de dar un propósito inherente a su vida, sino que todo lo que uno puede hacer es vivir con un propósito. Si evito que hagas algo porque defino que tus necesidades están mal en algún aspecto, entonces estoy vaciando tu vida de significado. Esto es en cierto sentido como un asesinato espiritual. La expresión de nuestras necesidades y características básicas es nuestra razón de vivir y, por lo tanto, la satisfacción de una necesidad toma prácticamente la forma de una búsqueda espiritual.
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El placer como herramienta

La visión de la Torá sobre la satisfacción de las necesidades físicas es profundamente distinta; para comprender la diferencia debemos entender la parashá de esta semana.
La Torá nos enseña que debemos buscar santidad y no sensaciones. En lugar de identificarnos e involucrarnos intensamente con nuestras necesidades, debemos desapegarnos de ellas y aprender a utilizarlas como una herramienta. La palabra kadosh, que significa 'santo', significa también separación o desapego. Nosotros no somos nuestras necesidades, sino que éstas son meramente parte de nuestra programación interna. Como hemos señalado, nosotros claramente no somos nuestra programación interna, sino que somos la suma de cosa que logramos mediante nuestras propias decisiones.
"Hashem habló a Moshé diciendo: 'Háblale a toda la asamblea de los Hijos de Israel y diles: Santos serán, pues Yo soy Santo, Hashem, vuestro Dios'" (Levítico 19:1-2).
Rashi explica:
Sepárense de las prácticas sexuales ilícitas y de las transgresiones; dónde sea que exista una barrera para los crímenes sexuales, encontrarán santidad.
De acuerdo al pensamiento judío, Dios implantó nuestras necesidades para permitirnos lograr de forma efectiva las cosas que debemos hacer como seres humanos. Nuestra necesidad de aventura es el motor que nos lleva a experimentar nuevas ideas; nuestro deseo de victoria nos ayuda a vencer al universo y someterlo a nuestra voluntad.
Nuestros deseos básicos son herramientas que podemos utilizar en nuestra búsqueda de la perfección. Constituyen el motor que energiza la maquinaria humana en la búsqueda de las metas que nuestras mentes consideran valiosas. Nuestras necesidades no están allí para ser explotadas o para proveernos satisfacción; están ahí para que las aprovechemos. Son un medio, no un fin.
El deseo de satisfacción sexual es probablemente el más poderoso de nuestros deseos. Incluso una mirada superficial a nuestra cultura basta para ver el gran poder de esta necesidad. Es la herramienta básica de toda publicidad. No podemos ni siquiera vender una Coca Cola sin la ayuda de un grupo de jóvenes con poca ropa y con figuras perfectas que aparentan estar disfrutando el mejor momento de sus vidas mientras toman una Coca Cola. La búsqueda del romance es el tema más común al que se refiere todo fenómeno cultural, ya sea una obra de teatro, película, libro, canción o programa de televisión. Si sacaras todos los fenómenos culturales que se centran en esta necesidad humana, entonces la mayoría de los atractivos que conocemos desaparecerían.
Pero esto no es ninguna sorpresa. Los seres humanos estamos obsesionados con la vida, y la necesidad sexual es la expresión fundamental de la fuerza vital.
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La búsqueda de vida

Hemos llegado al punto crucial de este ensayo. La Torá también se ocupa de la búsqueda de la vida:
"Yo convoco al cielo y a la tierra hoy como testigos: He colocado la vida y la muerte ante ti, la bendición y la maldición; y elegirás la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando a Hashem tu Dios, escuchando Su voz y aferrándote a Él, pues Él es tu vida y la prolongación de tus días..." (Deuteronomio 30:19-20).
"Pero ustedes, que son fieles a Hashem vuestro Dios, están todos vivos hoy" (Deuteronomio 4:4).
El punto de divergencia entre la cultura de la Torá y la cultura secular no es sobre el valor de la vida. La vida es el valor supremo en ambos sistemas. El punto de divergencia es sobre cuál es la naturaleza de la vida. ¿Qué es la vida? ¿De dónde proviene?
Una mujer romana de la nobleza le preguntó a Rabí Yosi ben Jalafta: "¿En cuántos días creó Dios el mundo". Él le respondió: "En seis días, como está escrito, en seis días Dios creó los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos" (Éxodo 20:11). Ella preguntó: "¿Y qué hace Él cada día desde entonces?". El rabino le respondió: "Él arregla uniones entre parejas y hace que alguna gente sea rica y otra pobre". Ella dijo: "¡Yo también puedo hacer eso! Yo tengo muchos esclavos hombres y esclavas mujeres. Los voy a emparejar esta noche. Lo que Él ha estado haciendo desde la creación, yo lo haré en unos pocos minutos". El rabino le dijo: "Lo que parece tan fácil ante tus ojos, es ante los ojos de Hashem tan difícil como la apertura del Mar, como está escrito: "Dios establece al solitario en un hogar, y libera a quienes están atados con cadenas" (Salmos 68:7).
En ese momento, Rabí Yosi se despidió y se fue. La mujer fue y alineó a mil esclavos hombres frente a mil esclavas mujeres, y ordenó que tal se casara con tal, emparejándolos a todos en una sola noche. Al día siguiente ellos fueron donde ella: uno tenía un rasguño en el ojo, otro tenía una herida en su cabeza y un tercero tenía un pie roto. Uno declaró "no quiero vivir con ella" y ella anunció "no puedo vivir con él".
Entonces la mujer romana mandó a llamar a Rabí Yosi y declaró: "Estoy lista para testificar que tu Dios es verdadero y que la Torá es verdadera, y todo lo que me dijiste fue bien dicho". Él le dijo: "Dios los empareja en contra de su voluntad, y de todas formas funciona. Él le amarra un collar a él en un extremo de la Tierra y lo empareja con quien está en el otro extremo de la Tierra, como está escrito: "Dios establece al solitario en un hogar, y libera a quienes están atados con cadenas". El significado de las cadenas es que quien es infeliz llora y quien es feliz lo expresa en una canción [pero ambos se someten al arreglo de Dios] (Tanjuma, Ki Tisá 5).
A pesar de que todo acto de intimidad nos hace sentir vivos, todo esto es físico. Como seres físicos, comenzamos a morir el día en que nacemos. La búsqueda de satisfacción física no debe ser confundida con la búsqueda de vida. La Torá considera dicha búsqueda la “danza de la muerte”.
Vida es la unión del cuerpo con el espíritu, es lograr una conexión con el alma y con Dios. No todas las relaciones sexuales lo conectan a uno con el alma. Sólo Dios, quien conoce la contribución espiritual que necesita el mundo en cada momento determinado, puede determinar qué tipo de unión es capaz de producir la conexión espiritual adecuada. Él considera que esta tarea es tan importante como los seis días de la creación. Es similar al proceso de la creación en su complejidad e importancia.
La creación de vida es la verdadera ocupación a la que debe dedicarse el ser humano. Fuimos puestos en el mundo para elegir la vida de forma que podamos vivir, nosotros y nuestra descendencia. Nuestra necesidad sexual es la herramienta que nos fue dada para que sea seguro que no ignoremos esta importante tarea humana. Pero la necesidad es una herramienta, nada más. Su satisfacción no es el fin, sino un medio.
Como siempre, son nuestras propias acciones las que inspiran la intervención Divina en nuestras vidas. Como detalla el Nefesh Hajaim [capítulo 1]:
"Hashem es tu guardián; es tu sombra protectora a tu diestra" (Salmos 121:5).
Dios actúa como una sombra que copia las reacciones de quien la proyecta. Si nosotros sonreímos, entonces Él sonríe. Si nosotros nos conectamos con Él por medio de nuestras acciones, Él está allí a nuestra diestra como nuestro Guardián.
La Torá nos enseña cómo ser partícipes del mundo físico pero al mismo tiempo mantenernos separados de lo puramente físico y conectarnos con lo espiritual en todas nuestras actividades físicas. Dado que la búsqueda de la fuerza vital es nuestra necesidad más poderosa y que, por lo tanto, constituye nuestra ocupación mas obsesiva como especie, la conexión de la fuerza vital misma con la espiritualidad es la conexión más importante que podemos hacer en nuestras vidas. La búsqueda apropiada de la fuerza vital es la que nos permite acceder a la santidad y nos ayuda a trascender el mundo físico. Las leyes referentes a las relaciones sexuales aparecen escritas en la Torá para guiarnos de forma apropiada en esta área.
Es cierto que en términos de mera satisfacción de una necesidad física no existe una diferencia real en cómo uno la satisfaga, siempre y cuando no dañe a nadie. Pero como siempre, hay mucho más en juego.
Como judíos debemos perseguir la verdadera vida. No debemos gastar nuestros días en la búsqueda de sensaciones físicas que nos distraigan temporalmente de nuestra inminente muerte.
Publicado: 23/4/2014

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