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miércoles, 27 de diciembre de 2017

Los orígenes de Catalunya

TELEVISIÓN


  • La Xarxa estrena ‘Comtes’, una docuserie sobre el periodo histórico donde se gestó la ruptura con el imperio carolingio
Los orígenes de Catalunya
Un momento del rodaje de esta serie que combina la ficción con el género documental (XAL)
El origen de la estirpe de los condes de Barcelona en los siglos IX y X es también el origen, según los historiadores, de lo que acabó siendo Catalu­nya y es lo que narramos en Comtes”, explica Carles Porta, el director de esta docuficción que hoy se estrena a las 22 horas en las televisiones locales y en el canal 159 de Movistar+. Producida por La Xarxa de Comunicació Local y realizada por Antàrtida Produccions, la serie consta de cuatro episodios que se emitirán cada día desde esta noche hasta el próximo sábado.
Comtes relata los acontecimientos que marcaron el reinado de Guifré el Pelós, Guifré Borrell, Sunyer I y Borrell II, cuatro condes que se sucedieron cronológicamente y que simbolizan una ruptura gradual con los reyes francos. Cada uno de ellos protagoniza un capítulo de 30 minutos presentado por la actriz Marta Marco. Después de cada episodio se ofrecerá una conversación con historiadores para complementar el relato con los detalles más importantes de la época.
El proyecto combina ficción y documental para narrar un periodo poco documentado y que nunca antes se había trasladado con esta ambición al terreno audiovisual. Carles Porta, autor también de los guiones de Comtes junto con Albert Sánchez Piñol, explica: “Hablamos del origen de lo que se podría considerar el nacimiento del territorio soberano, aglutinado bajo los condados de Barcelona que ejercieron un liderazgo que acabaría dando pie a una unidad territorial que al cabo de los años configuró lo que hoy conocemos como Catalunya”.
Según el director, los cuatro condes marcan un arco histórico muy claro: “Desde el nacimiento de la dinastía en la cual por primera vez se pasan los títulos de padres a hijos hasta el momento en que se rompe el vasallaje con el imperio carolingio, hacia el año 985 o 988, según qué historiador”. En aquella época, “ España no existía ni como concepto porque del Llobregat hacia abajo era Al Ándalus, el califato de Córdoba”.
Es un periodo de la historia de Catalunya poco conocido. Porta destaca la voluntad didáctica y de ser muy rigurosos: “Nosotros no hacemos política, hacemos historia; hemos ido a buscar el mínimo común múltiple en que coinciden los historiadores. Hay ficción evidentemente en elementos superfluos como el carácter de los condes o los diálogos que mantenían, pero las acciones que narramos en la serie están basadas en hechos reales y en documentación histórica”.
Porta también quiere destacar el trabajo de fotografía de Albert Pascual que “ha conseguido darle una personalidad visual única a la serie”, el trabajo riguroso en la utilización de vestidos, armas, espacios y decorados, así como el gran trabajo de la sesentena de actores que han participado en ella, “la mayoría de ellos poco conocidos en televisión pero que han ofrecido un altísimo nivel y han dado gran credibilidad a los personajes”.
Los historiadores que han participado en Comtes han sido los académicos Francesc Xavier Hernàndez, catedrático de Didáctica de las Ciencias Sociales en la UB; Laura de Castellet, profesora de Historia en la UB; Stefano Cingolani, historiador medievalista y doctor en Filología Románica por la Universidad de Roma; Dolors Bramon, doctora en Filosofía y Letras y en Historia Medieval; Carme Muntaner, licenciada en Historia y documentalista, y Josep Maria Salrach, catedrático de Historia Medieval en la UPF
Fuente

martes, 12 de diciembre de 2017

Shlomo Sand “El pueblo judío fue una invención”


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Entrevista con el historiador y catedrático judío Shlomo Sand sobre su libro ¿Cuándo y cómo se inventó el pueblo judío?
Nadie está más sorprendido que el propio Shlomo Sand de que su último libro de investigación académica lleve ya 19 semanas en la lista de bestsellers de Israel. El éxito ha tocado a la puerta de este profesor de historia a pesar de que su libro pone el dedo en la llaga del tabú más importante en Israel.
Fuente: http://www.thenational.ae/article/20081006/FOREIGN/279853798
Sand afirma que la idea de una nación judía -cuya necesidad de un lugar seguro en donde vivir se utilizó originalmente con el fin de justificar la fundación del Estado de Israel- es un mito inventado hace poco más de un siglo.
Este historiador, catedrático de Historia Europea en la Universidad de Tel Aviv, llevó a cabo una amplia investigación histórica y arqueológica en apoyo no sólo de esta alegación, sino de otras tesis igual de controvertidas.
Además, asegura que los judíos no fueron nunca expulsados de la Tierra Santa, que la mayoría de los judíos actuales carecen de cualquier conexión histórica con el territorio denominado Israel y que la única solución política para el conflicto que enfrenta al país con los palestinos es la abolición del Estado judío.
Es bastante probable que el éxito de When and How Was the Jewish People Invented? [¿Cuándo y cómo se inventó el pueblo judío?] se repita en todo el mundo.
La edición francesa, publicada el mes pasado, se está vendiendo con tal rapidez que ya han aparecido tres reimpresiones.

El libro está siendo traducido a una docena de lenguas, incluidas el árabe y el inglés. Pero su autor predice una fuerte oposición del lobby proisraelí cuando el libro salga a la luz el año próximo en USA, publicado por Verso.
Por el contrario, dice Sand, aunque los israelíes no lo han defendido, sí que han mostrado curiosidad por su argumentación. Tom Segev, que es uno de los periodistas más importantes del país, ha calificado el libro de “fascinante” y de “auténtico desafío”.

Lo sorprendente, añade Sand, es que la mayoría de sus colegas universitarios israelíes han evitado hacer el menor comentario. La única excepción ha sido la de Israel Bartal, profesor de Historia Judía en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Bartal, en un artículo publicado en el periódico Haartez, no hizo esfuerzo alguno por rebatir las afirmaciones de Sand, sino que dedicó buena parte de su exposición a defender a sus colegas, sugiriendo que los historiadores israelíes no son tan ignorantes sobre la naturaleza inventada de la historia judía como pretende Sand.
La idea de escribir este libro se le ocurrió hace muchos años, continúa Sand, pero tuvo que esperar hasta hace poco para empezar a escribirlo. “No puedo vanagloriarme de haber sido valiente al publicar el libro”, dice. “Porque he esperado hasta que tuve la plaza de catedrático en propiedad. En la universidad israelí hay un precio a pagar cuando se expresan opiniones como éstas.”

El principal argumento de Sand es que hasta hace poco más de un siglo, los judíos se consideraban judíos sólo porque compartían una religión común. A principios del siglo XX, dice, los judíos sionistas pusieron esta idea en entredicho y empezaron a crear una historia nacional en la que se inventaron que los judíos existían como pueblo separado de su religión.
De manera similar, la moderna idea sionista de que los judíos estaban obligados a regresar desde el exilio a la Tierra Prometida era algo totalmente ajeno al judaísmo, añade.
“El sionismo cambió la idea de Jerusalén. Antes, los lugares sagrados estaban considerados como lugares para añorar, de ninguna manera para vivir en ellos. Durante 2000 años, los judíos permanecieron lejos de Jerusalén no porque no pudiesen regresar, sino porque su religión les prohibía hacerlo hasta la llegada del mesías.”
La mayor sorpresa que tuvo durante su investigación fue cuando empezó a buscar pruebas arqueológicas de los tiempos bíblicos.

“No me educaron en el sionismo, pero al igual que los demás israelíes yo daba por descontado que los judíos eran un pueblo que había vivido en Judea y que fue expulsado al exilio por los romanos el año 70 d.C.
“Pero una vez que empecé a buscar pruebas, descubrí que los reinos de David y Salomón eran puras leyendas.

“Lo mismo pasó con el exilio. De hecho, la judeidad no puede explicarse sin el exilio. Pero cuando empecé a buscar libros de historia que me describiesen los pormenores de dicho exilio, no pude encontrar ninguno. Ni uno solo.
“La razón es que los romanos no exiliaron a nadie. De hecho, los judíos en Palestina eran mayoritariamente campesinos y todos los indicios sugieren que se quedaron en sus tierras.”
Por el contrario, Sand cree que una teoría alternativa es mucho más plausible: el exilio fue un mito promovido por los primeros cristianos para atraer judíos a la nueva fe. “Los cristianos querían que las generaciones posteriores de judíos creyesen que sus antepasados habían sido exiliados como un castigo de Dios.”
Entonces, si no hubo exilio, ¿cómo es que tantos judíos terminaron dispersos por el mundo antes de que el moderno Estado de Israel empezase a animarlos a “regresar”?
Sand dice que en los siglos que precedieron y siguieron a la era cristiana, el judaísmo fue una religión proselitista, que buscaba desesperadamente conversos. “La literatura romana de la época menciona este hecho”.
Los judíos viajaban a otras regiones a la búsqueda de conversos, particularmente en el Yemen y entre las tribus bereberes del norte de África. Siglos después, el pueblo del reino de Kazar, situado en lo que hoy es el sur de Rusia, se convirtió de forma masiva al judaísmo y esa fue la génesis de los judíos asquenazíes de la Europa central y oriental.
Sand pone de manifiesto el extraño estado de rechazo en que viven inmersos la mayoría de los israelíes, a pesar de que los periódicos han dedicado muchas páginas en fechas recientes al descubrimiento de la capital del reino de Kazar en las cercanías del Mar Caspio.
Ynet, el sitio web del periódico israelí más popular, Yedioth Ahronoth, publicó la historia con grandes titulares: “Arqueólogos rusos descubren la capital judía desaparecida desde tiempos inmemoriales”. Sin embargo, a ninguno de los periódicos, añade, se le ocurrió que este hallazgo pudiese contradecir el discurso oficial de la historia judía.
La argumentación de Sand pide a gritos una pregunta adicional, como él mismo señala: Si la mayoría de los judíos nunca se movió de la Tierra Santa, ¿qué fue de ellos?
“En las escuelas israelíes no se enseña, desde luego, pero la mayoría de los líderes sionistas iniciales, incluido David Ben Gurion [el primer primer ministro israelí] creían que los palestinos eran los descendientes de los judíos originales de la región. Creían que los judíos se habían convertido más tarde al Islam.”

Sand atribuye la reticencia de sus colegas a unirse a él a que muchos de ellos reconocen implícitamente que todo el edificio de la “Historia Judía” que se enseña en las universidades israelíes es tan inestable como un castillo de naipes.
El problema de enseñar historia en Israel, añade, se inició con una decisión de 1930, mediante la cual se separaba la historia en dos disciplinas: Historia General e Historia Judía. Se asumió que la historia judía necesitaba su propio campo de estudio porque la experiencia judía estaba considerada como algo único.
“No existen departamentos judíos de política o de sociología en las universidades. Sólo la historia se enseña de esta manera, lo cual ha permitido que los especialistas en Historia Judía vivan en un mundo muy insular y conservador, ajeno a los modernos desarrollos de investigación histórica.
“En Israel se me ha criticado que escriba sobre la Historia Judía cuando mi especialidad es la Historia Europea. Pero un libro como éste necesitaba a un historiador que sea familiar con los métodos habituales de investigación histórica que se utilizan en las universidades del resto del mundo.”


El escritor y periodista inglés Jonathan Cook vive en Nazaret (Israel). Es el autor del libro Sangre y Religión: desenmascarando el estado judío y democrático, publicado por Pluto Press y disponible en USA en University Michigan Press. Su página web es www.jkcook.net.

http://www.investigaction.net/fr/El-pueblo-judio-fue-una-invencion/

sábado, 14 de octubre de 2017

En Francoland

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Un fotograma de 'Estiu 1993', filme catalán que representará a España en los Oscar


En Europa o América, les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado


Me pasó la última noche de septiembre en Heidelberg, pero me ha pasado igual con cierta frecuencia en otras ciudades de Europa y de América, incluso aquí, dentro de España, en conversaciones con periodistas extranjeros. Muchas veces, en épocas diversas, con una monotonía en la que solo cambia el idioma y el motivo inmediato, me ha tocado explicar con paciencia, con la máxima claridad que me era posible, con voluntad pedagógica, que mi país es una democracia, sin duda llena de imperfecciones, pero no muchas más ni más graves que las de otros países semejantes. Me he esforzado en dar fechas, mencionar leyes, cambios, establecer comparaciones que puedan ser útiles. En Nueva York he debido recordarle a personas llenas de ideales democráticos y condescendencia que mi país, a diferencia del suyo, no admite la pena de muerte, ni la cadena perpetua, ni el envío a prisión de por vida de menores de edad, ni la tortura en cárceles clandestinas.
Fuera de España uno a veces tiene que dar explicaciones de historia, y hasta de geografía. Hasta no hace mucho tiempo, un ciudadano español tenía que explicar, aun sabiendo que había grandes posibilidades de que no se le hiciera ningún caso, que el País Vasco no se parece al Kurdistán, ni a Palestina, ni a las selvas de Nicaragua en las que los sandinistas resistían al dictador Somoza. Uno explicaba que el País Vasco es uno de los territorios más desarrollados y con más alto nivel de vida de Europa; y además que dispone de un grado de autogobierno y hasta soberanía fiscal muy superior a la de cualquier Estado o región federada del mundo. Lo más que se conseguía era una sonrisa cortés, aunque también incrédula.

Una parte grande de la opinión cultivada, en Europa y América, y más aún de las élites universitarias y periodísticas, prefiere mantener una visión sombría de España, un apego perezoso a los peores estereotipos, en especial el de la herencia de la dictadura, o el de la propensión taurina a la guerra civil y al derramamiento de sangre. El estereotipo es tan seductor que lo sostienen sin ningún reparo personas que están convencidas de sentir un gran amor por nuestro país. Nos quieren toreros, milicianos heroicos, inquisidores, víctimas. Nos aman tanto que no les gusta que pongamos en duda la ceguera voluntaria en la que sostienen su amor. Aman tanto la idea de una España rebelde en lucha contra el fascismo que no están dispuestos a aceptar que el fascismo terminó hace muchos años. Les gusta tanto el pintoresquismo de nuestro atraso que se ofenden si les explicamos todo lo que hemos cambiado en los últimos 40 años: que no vamos a misa, que las mujeres tienen una presencia activa en todos los ámbitos sociales, que el matrimonio homosexual fue aceptado con una rapidez y una naturalidad asombrosas, que hemos integrado, sin erupciones xenófobas y en muy pocos años, a varios millones de emigrantes.


La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos
La otra noche, en Heidelberg, la víspera del ya célebre 1 de octubre, en medio de una cena muy grata con profesores y traductores, tuve que repetir mi explicación, con una vehemencia que me hizo sobreponerme al desánimo. Una profesora alemana me dijo que, según le acababa de contar alguien de Cataluña, España era todavía “Francoland”. Le pregunté, tan educadamente como pude, qué sentiría ella si alguien decía en su presencia que Alemania es todavía Hitlerland. Se ofendió enseguida. Tan calmadamente, tan pedagógicamente como pude, le aclaré lo que no tiene que aclarar nunca ningún ciudadano de ningún otro país avanzado de Europa: que España es una democracia, tan digna y tan imperfecta como Alemania, por ejemplo, y tan ajena como ella al totalitarismo; incluso más, si atendemos a los últimos resultados electorales de la extrema derecha. Si, según su informante catalana, seguíamos en la tierra de Franco, ¿cómo era posible que Cataluña dispusiera de un sistema educativo propio, un Parlamento, una fuerza de policía, una radio y una televisión públicas, un instituto internacional para la difusión de la lengua y la cultura catalanas? El reconocimiento de la singularidad de Cataluña era tan prioritario para la naciente democracia española, le dije, que la Generalitat se restableció incluso antes de que se aprobara la Constitución. Extraño país franquista el nuestro, tan opresor de la lengua y de la cultura catalana, que elige una película hablada en catalán para representar a España en los Oscar.
Quien ha vivido o vive fuera de nuestro país conoce lo precario de nuestra presencia internacional, la asfixia presupuestaria y el mangoneo político que han malogrado tantas veces la relevancia del Instituto Cervantes, la falta de una política exterior ambiciosa a largo plazo, de un acuerdo de Estado que no cambie desastrosamente de un Gobierno a otro. La democracia española no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos. Los terroristas vascos y sus propagandistas supieron aprovecharse muy bien de ellos durante muchos años, precisamente aquellos en los que éramos más vulnerables, cuando a los pistoleros más sanguinarios se les seguía concediendo en Francia el estatuto de refugiados políticos.
De modo que a los independentistas catalanes no les ha costado un gran esfuerzo, ni un gran despliegue de sofisticación mediática, volver a su favor en la opinión internacional eso que ahora todo el mundo se ha puesto de acuerdo en llamar “el relato”. Lo habían logrado incluso sin la colaboración voluntariosa del Ministerio del Interior, que envió a policías nacionales y guardias civiles a actuar de extras en el espectáculo amargo de nuestro desprestigio. Pocas cosas pueden dar más felicidad a un corresponsal extranjero en España que la oportunidad de confirmar con casi cualquier pretexto nuestro exotismo y nuestra barbarie. Hasta el reputado Jon Lee Anderson, que vive o ha vivido entre nosotros, miente a conciencia, sin ningún escrúpulo, sabiendo que miente, con perfecta deliberación, sabiendo cuál será el efecto de su mentira, cuando escribe en The New Yorker que la Guardia Civil es un cuerpo “paramilitar”.
Como ciudadano español, con todo mi fervor europeísta y viajero, me siento condenado sin remedio a la melancolía, por muy variadas razones. Una de ellas es el descrédito que sufre el sistema democrático en mi país por culpa de la incompetencia, la corrupción y la deslealtad política. Otra es que el mundo europeo y cosmopolita en el que personas como yo nos miramos y al que hemos hecho tanto por parecernos prefiere siempre mirarnos a nosotros por encima del hombro: por muy cuidadosamente que queramos explicarnos, por mucha aplicación que pongamos en aprender idiomas, a fin de que se entiendan bien nuestras explicaciones inútiles.
Fuente

Los archivos secretos del asesinato de Kennedy, en manos de Donald Trump


John F. Kennedy, junto a su mujer, minutos antes de ser asesinado




El actual presidente de EEUU tiene la autoridad final para decidir la publicación de los documentos o demorarla durante otros 25 años
El mayor misterio en el imaginario popular de la historia reciente de Estados Unidos es quién fue el verdadero culpable del asesinato de John F. Kennedy, una incógnita sobre la que hay innumerables teorías que pudieran despejar miles de archivos secretos cuya divulgación ahora depende de Donald Trump.
Los Archivos Nacionales mantienen bajo su custodia unos 3.100 expedientes clasificados sobre el asesinato del que fuera presidente de Estados Unidos entre 1961 y 1963, que los historiadores y expertos en el tema creen que pueden aclarar los entresijos del magnicidio y quizá cambiar la historia oficial.


Ahora, los responsables de los Archivos Nacionales tienen hasta el 26 de octubre para decidir cuáles de esos documentos, en su mayoría pertenecientes al Buró Federal de Investigaciones (FBI) y la CIA, pueden salir a la luz y cuáles deben seguir en secreto.
Pero la última palabra la tendrá el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien tiene la autoridad final para decidir la publicación de los archivos o demorarla durante otros 25 años.
La divulgación de estos documentos responde a la 'JFK Records Act', una ley aprobada en 1992 a raíz del renovado interés despertado por el caso tras el estreno de la película JFK, en la que Oliver Stone daba su visión sobre el asesinato cometido el 22 de noviembre de 1963 en Dallas (Texas).
En su filme, Stone planteaba una hipótesis defendida por los investigadores Jim Garrison y Jim Marrs en sus respectivos libros On the Trail of the Assassins y Crossfire: The Plot That Killed Kennedy, que alimentaba las viejas teorías conspirativas y descartaba el informe oficial de la famosa Comisión Warren, que apuntó a un solo hombre como responsable: Lee Harvey Oswald.
En el momento de su estreno, el expresidente Gerald Ford, que integró la Comisión Warren, tildó el filme de "fraude" y lo calificó como "la gran mentira".

Teorías contrarias

Veintiséis años después, otros dos estudiosos del drama de Dallas, Roger Stone and Gerald Posner, ambos de The New York Times, esperan con ansiedad la divulgación de los nuevos documentos con la esperanza de que respalden sus propias teorías. Pese a coincidir en el mismo diario, Stone y Posner defienden teorías totalmente contrapuestas.
En el libro que publicó en 2013, titulado The Man Who Killed Kennedy: The Case Against LBJ, Stone defiende la teoría de que fue el vicepresidente de Kennedy, Lyndon B. Jonhson, quien precisamente le sucedió en el cargo, el cerebro que estuvo detrás del magnicidio.
La hipótesis de Stone, además de a Johnson, incluye a gran parte de los personajes habituales de las teorías conspirativas en torno al asesinato de Kennedy, a saber: la industria petrolífera texana financió la trama, que fue ejecutada por la mafia con la ayuda de elementos de la CIA y luego el FBI de Edgar Hoover la tapó.
Stone, que fue confidente y asesor de Richard Nixon, considera que el asesinato de Kennedy, la frustrada invasión de Bahía Cochinos para derrocar a Fidel Castro y el escándalo Watergate "están inextricablemente relacionados".
Por su parte, Posner, que en 1993 fue finalista del Pulitzer de Historia con su libro "Case Closed: Lee Harvey Oswald and the Assassination of JFK", considera que las conclusiones de la llamada Comisión Warren son correctas y que no hubo ninguna conspiración.
Tras la tragedia, con el país aún conmocionado, se organizó una comisión de investigación liderada por el entonces presidente del Tribunal Supremo, Earl Warren, que determinó, no sin controversia, que Oswald cometió el crimen por cuenta propia y sin ayuda.

Criticas al Gobierno

Pese a sus visiones contrarias sobre este episodio de la historia, uno de los que sigue atrayendo más atención entre los estadounidenses, Stone y Posner han unido sus voces para que se den a conocer los documentos que aún se mantienen en secreto.
El autor, que se mostró convencido de que no se podrá dar por cerrado el caso hasta que se conozca el último documento, criticó al Gobierno por ampararse en la "seguridad nacional" para negarse a dar a conocer los documentos clasificados durante décadas. "Sé que el director de la CIA, (Mike) Pompeo, está instando al presidente (Trump) a demorar la publicación de estos registros durante otros 25 años", dijo Stone.
En caso de que Trump no autorizase la divulgación de los documentos, como es su prerrogativa como presidente, podría ordenar que no vean la luz durante otros 25 años.
Sobre otro caso polémico de la época, el anterior presidente, Barack Obama, decidió retrasar la publicación de los documentos de la CIA sobre la invasión de Bahía Cochinos, lo que impide aclarar el alcance del compromiso de Kennedy de ayudar al puñado de exiliados cubanos que intentó derrocar en 1961 a Fidel Castro.
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