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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Amado mío

Bejukotai(Levítico 26:3-27:34)


Una persona no debe decirse a sí mismo: “Observaré los mandamientos de la Torá y me involucraré en adquirir su sabiduría para de esta forma ameritar todas las bendiciones que están escritas en ella, y así ameritaré vivir en el Mundo por Venir. Y me separaré de todas las transgresiones sobre las que advirtió la Torá para estar a salvo de todas las maldiciones que están escritas en la Torá, y para no ser cortado de la vida en el Mundo por Venir”.
No es apropiado servir a Dios de esta manera, ya que quien sirve de esta forma está sirviendo a Dios por temor, y éste no es el nivel de servicio divino que era practicado por los profetas o por los sabios en Torá. Los únicos que sirven a Dios de esta manera son los incultos, los ignorantes y los niños pequeños, a quienes se les enseña de esta forma a servir por temor hasta que su mente madure y entonces puedan servir a Dios por amor.
Quien sirve a Dios por amor se involucra en la Torá y en sus mandamientos y camina por la senda del conocimiento, pero no por un beneficio mundano; no por su miedo al sufrimiento o para heredar lo bueno; él persigue la verdad porque es la verdad y los beneficios al final llegarán. Éste es un nivel sumamente elevado y no todo hombre sabio puede alcanzarlo. Es el nivel de nuestro patriarca Abraham, a quien Dios describió como "el que Me amó", ya que su servicio estaba motivado sólo por amor (Maimónides, Leyes de Arrepentimiento, 10:1-2)
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¿Por qué existen las consecuencias?

Pero si Dios no quiere que lo sirvamos por temor, entonces ¿por qué nos dio una lista sobrecogedora de nefastas consecuencias en caso que no cumplamos, como aparece detallado en nuestra parashá?
Pero si no Me escuchan y no cumplen con Mis preceptos, si desprecian Mis decretos y si sus almas rechazan Mis leyes... y anulan de esta forma Mi pacto, entonces Yo haré lo mismo con ustedes; pondré pánico sobre ustedes... dirigiré Mi atención en contra de ustedes y serán abatidos frente a sus enemigos... (Levítico 26:14-17)
En vista de lo anterior, ¿cómo puede un creyente en la Torá no servir a Dios por temor?
¿Acaso esto no contradice la forma en que comenzamos con nuestro servicio matutino, recitando el salmo "el principio de la sabiduría es el temor de Dios; buen entendimiento a todo quien cumple con Sus mandamientos, Su alabanza perdura por siempre" (Salmos 111:10)?
Comencemos nuestra exploración con una historia:
Hace un par de décadas Israel tuvo un Ministro de Absorción observante, quien se metió a sí mismo en medio de un torbellino político por causa del siguiente incidente. Un gran grupo de estudiantes universitarios se vieron dañados en un viaje escolar cuando su bus chocó con un tren. Si la memoria no me falla, dicho incidente ocurrió en Shabat. En una entrevista radial, el Ministro expresó el pensamiento de que si estos estudiantes hubieran sido observantes de Shabat, entonces el accidente particular en el que se vieron involucrados claramente no hubiera ocurrido, y entonces él procedió a describir cómo el mérito de la observancia de Shabat puede proteger a una persona de sufrir daños y que uno no puede transgredir Shabat con impunidad.
Las tragedias, según nuestro entendimiento, son un fenómeno de la naturaleza y no una consecuencia de una decisión moral.
Se desató una gran y violenta protesta en su contra por atreverse a sugerir que había algún tipo de conexión entre la violación de Shabat y la posibilidad de sufrir accidentes. Las repercusiones fueron tan severas que la supervivencia misma de la coalición reinante se vio seriamente amenazada.
Este es un tema sumamente interesante. ¿Por qué la gente estaba tan molesta? Después de todo, el ministro solamente estaba expresando sus creencias. ¿Qué fue tan ofensivo? Para explorar el tema de fondo debemos hacer la siguiente pregunta: ¿Las acciones tienen consecuencias o no?
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Castigo moral

La respuesta no es tan obvia como podría parecer en un principio. Todos aceptamos el hecho de que si no sabemos cómo nadar entonces nos ahogaremos en el río, o que si estamos cerca cuando explota una bomba hay una alta posibilidad que salgamos heridos. Pero eso no tiene nada que ver con lo que merecemos, y por lo tanto no es consecuencia de nada que hayamos hecho. Por lo tanto, pese a que es claro que si nos hubiéramos quedados dormidos y no hubiéramos tomado el bus en el que el terrorista puso su bomba habríamos escapado ilesos, sería absurdo proponer que el daño fue un castigo por no quedarnos dormidos y por haber tomado el bus a tiempo para ir al trabajo o a la escuela. Las tragedias, según nuestro entendimiento, son un fenómeno de la naturaleza y no una consecuencia de una decisión moral.
De hecho, incluso cuando se trata de la corrección de una clara violación moral como la ejecución de los asesinos, hay muchos a quienes les incomoda bastante la idea de un castigo merecido. La venganza es una emoción barbárica y la gente civilizada no debería practicarla. Y en lo que respecta a quien merece un castigo moral, el argumento es como sigue: nadie de nosotros sabe lo que merece el otro y es posible que si hubiéramos nacido en el ambiente socioeconómico del asesino quizás nosotros también nos hubiéramos comportado de la misma forma. Lo más que podemos decir es que el asesino es un peligro para la sociedad, la cual tiene por lo tanto el derecho de ponerlo tras las rejas como medida de protección. No estamos dispuestos a asignar consecuencias retributivas a los comportamientos morales.
Pero sí aceptamos y asignamos responsabilidad por estupidez. Si la persona que sabe que no puede nadar salta al río y se ahoga, entonces todos estamos dispuestos a reconocer que él es directamente responsable de su propia muerte. Tampoco tenemos problemas con condenar al conductor ebrio que causó un accidente fatal cuando él sabía que había tomado demasiado como para ser capaz de conducir de forma segura. En nuestro corazón no tenemos simpatía con la estupidez. Pero sin embargo no reconocemos la torpeza moral como una causa suficiente para el sufrimiento.
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La visión de Dios

De acuerdo a nuestra parashá, Dios tiene una visión diferente de las cosas. Su posición es que las acciones morales deben tener consecuencias. Si firmas un trato en donde estás obligado a observar los mandamientos, entonces, debes aceptar el hecho de que no podrás violarlos con impunidad. Las decisiones morales equivocadas traen consigo "la furia de Dios".
Pero este es un entendimiento sumamente superficial de nuestra parashá. En un nivel más profundo, el mensaje principal de la parashá Bejukotai es que nuestra visión de la realidad es extremadamente limitada. En realidad, creer que podemos involucrarnos en acciones que son moralmente incorrectas sin sufrir consecuencias adversas es como creer que no te vas a ahogar en el río incluso si no sabes nadar. Estas falsas expectativas son más atribuibles a la interpretación distorsionada de la obvia realidad —lo cual llamamos estupidez— que a la falta de fe.
Por lo tanto, tal como ahogarse en el río cuando no sabes nadar no puede ser llamado un “castigo”, tampoco puede serlo un sufrimiento causado por la torpeza moral. Y tal como la buena salud producto de una dieta balanceada y de una rutina de ejercicio no es un “premio” por buen comportamiento, sino que es la consecuencia natural de vivir sabiamente, asimismo la prosperidad resultante de un comportamiento moral apropiado tampoco constituye un premio.
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El mensaje real

El mensaje real de la parashá Bejukotai es que la relación entre el ser humano y Dios constituye la base de la realidad. Cuando la relación está en buena forma, entonces el mundo prospera naturalmente debido a la abundancia de energía Divina que circula en él, y cuando dicha relación se debilita, entonces la falta de energía Divina causa una disminución en los recursos que son necesarios para una buena vida.
¿Cuál es la correlación entre las acciones morales y sus consecuencias?
Para entender la correlación que hay entre las acciones morales y sus consecuencias, tan sólo debemos recordar que vivimos en un mundo que fue creado. Un mundo que fue creado no fue ensamblado a partir de piezas preexistentes, ya que no había absolutamente nada allí afuera. El material de la creación sólo puede originarse en el Creador mismo, quien por definición no es material. Toda la realidad debe ser necesariamente una función de la voluntad Divina.
La Torá describe la creación como una serie de enunciados, nada más. Cuando Dios voltea Su cara y presta menos atención, por decirlo así, hay menos voluntad Divina disponible y la creación simplemente se ve disminuida. Esto no tiene nada que ver con premio y castigo, sino que es simplemente la consecuencia natural de cómo el mundo —que fue creado y que se mantiene solamente en base a voluntad Divina—, debe funcionar.
Esta explicación puede ayudarnos a entender un fascinante aspecto de la forma en que las llamadas "maldiciones" de la parashá Bejukotai son presentadas. El pasaje que habla de las maldiciones describe seis diferentes etapas.
Cada etapa es precedida por un enunciado introductorio de forma que si las maldiciones que han caído sobre ti hasta este punto no te han hecho poner atención, entonces tus penurias se intensificarán en la siguiente etapa, con la esperanza que la mayor severidad causará el efecto deseado y capturará tu atención.
En las primeras tres etapas, Dios simplemente establece que si haces tal cosa, entonces, Él va responderte con otra cosa. Pero a partir de la cuarta etapa, la Torá introduce un concepto llamado keri, que significa ‘de forma casual’. Por ejemplo:
Si a pesar de estas [catástrofes] no se arrepienten y regresan a Mí, y se comportan de forma casual [keri] conmigo, entonces Yo también me comportaré con ustedes de forma casual [bekeri] (Levítico 26:23).
Desde este punto en adelante, la idea de ‘casualidad’ se vuelve un tema recurrente. En pasajes posteriores de la Torá, encontramos un concepto asociado a este tema, el concepto de Dios escondiendo su cara:
Pero ciertamente ocultaré Mi rostro ese día a causa de todo el mal que han hecho (Deuteronomio 31:18).
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Tratar a Dios "de forma casual"

Refiriéndose a estos versículos de nuestra porción de la Torá, Maimónides hace el siguiente comentario:
Es un mandamiento positivo clamar [a Dios] y hacer sonar las trompetas por cada tragedia pública; como está escrito, "en contra de un enemigo que te oprime, harás sonar las trompetas" (Números 10:9), vale decir, cualquier cosa que te presione ya sea hambruna, plaga, langostas o cosas parecidas, clámale sobre ello a Dios y suena las trompetas. Este mandamiento viene bajo el paraguas de arrepentimiento, ya que si la congregación le clama a Dios y suena las trompetas cuando ocurre una desgracia, entonces ellos se darán cuenta que aquello les ocurrió por sus malas acciones... y darse cuenta de esto provocará arrepentimiento. Pero si ellos no le claman a Dios o suenan las trompetas, sino que dicen en cambio que aquella desgracia les ocurrió por causas naturales y por casualidad, entonces esto equivale a un acto de crueldad, ya que tiene como consecuencia que la gente se quede atascada en su mal actuar, lo cual a su vez causará otras tragedias, como está escrito: "si ustedes se comportan de forma casual conmigo, entonces Yo los trataré a ustedes con una furia fortuita" (Iad Jazaká, Leyes de Ayunos, 1:1-3).
Ahora podemos entender la razón detrás de la furia pública en contra del Ministro de Absorción.
Los seres humanos quieren andar por la vida con el sentimiento de que su comportamiento moral está libre de consecuencias naturales ya que esto les da el lujo de actuar según su propia conciencia. No es que ellos sienten un fuerte deseo de comportarse de manera inmoral. Simplemente quieren la libertad de ser capaces de decidir estos temas por sí mismos, de forma que el crédito por sus "buenas" decisiones les pertenezca completamente a ellos, mientras que sus "malas" decisiones estén libres de consecuencias.
La humanidad quiere estar en una situación de ganar o ganar.
La humanidad quiere estar en una situación de ganar o ganar. Sus decisiones correctas, al estar libres de intereses propios, claramente los harían merecedores de ser premiados, mientras que sus malas decisiones no tendrían consecuencia alguna.
Pero si el comportamiento moral tiene consecuencias, entonces el comportamiento inmoral también debe tenerlas. Es más, estas consecuencias deberán encajar dentro de los parámetros de otros tipos de comportamiento en los que el estándar gobernante es la estupidez. Como establecimos anteriormente, no hay un premio por evitar la estupidez y quien sufre por causa de su propia estupidez sólo puede culparse a sí mismo.
De acuerdo a la lección de la parashá Bejukotai, el versículo de Salmos que citamos anteriormente se entiende solo:
El principio de la sabiduría es el temor a Dios...
El temor a Dios no es un elevado pináculo espiritual, sino que meramente es el comienzo de la sabiduría y del buen entendimiento. Quien no teme a Dios y cree que sus acciones no tienen consecuencias es verdaderamente estúpido y no comprende el mundo en el que vive. Temer a Dios no tiene nada que ver con premio y castigo, sino que tiene que ver con entendimiento versus insensibilidad.
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Premio, castigo y espiritualidad

Entonces, ¿dónde entran en juego el premio, el castigo y la espiritualidad?
Estudiemos una vez más nuestro mundo. En nuestro mundo, el mero hecho de evitar actuar de forma estúpida no constituye un propósito legítimo de vida. Para que la vida tenga un propósito, el foco debe estar en lograr cosas. Uno debe perseguir el bien y no debe contentarse con el mero hecho de evitar las caídas producto de la estupidez.
¿Por qué el servicio Divino habría de ser diferente? El mero hecho de evitar violar los mandamientos no puede constituir un propósito de vida, sino que meramente constituye un testimonio de una precaución básica. El comportamiento tonto hace que uno se ahogue en el río. Evitar esto no puede ser lo que Dios tenía en mente para los seres humanos cuando creó el mundo.
Esto nos lleva al segundo aspecto de los mandamientos.
La palabra "Torá" en hebreo significa guía y dirección. El Maharal explica que el propósito de la Torá es señalar el camino para acercarse a Dios. El propósito de la observancia no es simplemente enseñarnos cómo mantenernos dentro de los parámetros de la realidad. Los mandamientos son una forma de ascender hacia una unión con Dios.
La respuesta es amor, como vemos en la segunda parte de la declaración de Maimónides:
Quien sirve a Dios por amor se involucra en la Torá y en sus mandamientos y camina por la senda del conocimiento, pero no por un beneficio mundano; no por su miedo al sufrimiento o para heredar lo bueno; él persigue la verdad porque es la verdad y los beneficios al final llegarán.
El mero hecho de evitar actuar de forma estúpida no constituye un propósito legítimo de vida.
La persona que sirve a Dios por temor evitará violar los mandamientos, pero dedicará su vida a perseguir las mismas cosas que persiguen sus vecinos no observantes. Él encontrará su propósito en la búsqueda de riqueza, disfrute o éxito social. Después de todo, el mero hecho de evitar la estupidez no puede servir como un propósito positivo de vida.
Cuando el ministro de absorción hizo la conexión entre no observar Shabat y los accidentes —lo cual claramente está allí, dicho sea de paso—, él no estaba formulando una elevada declaración espiritual que alteraría la vida de forma drástica, incluso si fuera ampliamente aceptada. El conocimiento de que uno debe temer a Dios para evitar ahogarse en ríos meramente corrige la visión distorsionada de la realidad, pero no sirve por sí misma para alterar los valores más profundos de la persona.
Sólo la persona que sirve a Dios por amor hará de la observancia de los mandamientos el foco de su vida. Sólo él se esforzará por arreglar su vida de forma tal que ésta le proporcione la oportunidad de observar tantos mandamientos como sea posible. Es él quien probablemente dedicará su vida al estudio de la Torá y a las buenas acciones, por lo que todas sus actividades diarias tendrán lugar en el contexto del cumplimiento de alguno de los mandamientos. Él es quien va tras la verdad por su propio valor y que hace de la búsqueda de esta verdad su meta de vida. Quien cuida los mandamientos por temor estará contento con simplemente no caerse en ríos en los que se podría haber ahogado.
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La paradoja

Paradójicamente, para acceder al área de premio y castigo, la persona debe enfocarse en buscar la verdad y debe olvidarse del premio y castigo. La unión espiritual con Dios debe ser la meta final. ¿Y qué hay de los beneficios? No hay que preocuparse. Estos llegarán automáticamente.
La parashá Bejukotai (la cual comienza con Im bejukotai teleju, lo cual significa ‘si siguen mis estatutos’), no sólo cierra el libro de Levítico, sino que en cierto sentido termina con la Torá (vale decir, la parte de la Tora que se refiere a las instrucciones). El libro de Números (Bamidbar) contiene tan sólo un par de mandamientos que deben cumplir las generaciones siguientes y sirve principalmente como la historia de la generación del desierto. El libro de Deuteronomio (Devarim) está basado en las palabras de Moshé, a pesar de que Dios posteriormente le instruyó incluir dichas palabras en la Torá.
En la medida en que la Torá constituye principalmente un libro de instrucciones emitido por Dios en el lenguaje de mandamientos, el libro de Levítico es el clímax de esto y marca el final de la Torá. No es ninguna sorpresa por lo tanto que su último capítulo se dedique a enseñar cuál es la perspectiva correcta de la vida observante.
Resulta que para poder observar de forma apropiada un mandamiento, uno debe relacionarse con su observancia desde una perspectiva dual de amor y temor. Sin temor, la observancia ocurriría en la realidad equivocada. Sin amor, no tendría un propósito positivo.
Esto nos muestra algo destacable sobre nuestra relación con Dios. En las relaciones humanas, el amor y el temor son mutuamente excluyentes. Mientras más temo a alguien, menos lo amo, y mientras más amor sienta por determinada persona, menos lo temeré. Sin embargo, se nos ordena amar a Dios con todo nuestro corazón y alma, como decimos diariamente en el rezo del Shemá, y también se nos ordena temerle, como declaró Moshe: "Ahora, Israel, ¿qué pide de ti Hashem tu Dios, sino que temas a Hashem tu Dios...?"(Deuteronomio 10:12).
La respuesta es simple:

El temor a Dios determina los parámetros de la realidad, pero el amor a Dios es la senda hacia lo sublime.

Orientándonos hacia la dirección correcta

Behar(Levítico 25:1-26:2)


En la porción de esta semana, la Torá introduce las leyes de Shemitá, leyes que básicamente prohíben toda forma de actividad agrícola productiva cada siete años.
Dios le habló a Moshé en el Monte Sinaí diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando entren a la tierra que les he dado, la tierra deberá observar un Shabat para Dios” (Levítico 25:1-4).
Sin embargo, Rashi no entiende por que la Torá identificó al Monte Sinaí como el lugar donde el mandamiento de Shemitá fue entregado. Shemitá es la única mitzvá de las 613 cuya instrucción está asociada a un lugar específico, ya sea el Monte Sinaí o cualquier otro lugar. Rashi intenta explicar de una manera muy apropiada por qué la ley de Shemitá recibió tanto honor, y su respuesta es uno de sus comentarios más famosos en todo el Jumash:
¿Cuál es la relación entre la ley de Shemitá y el Monte Sinaí? Ciertamente, todas las leyes de la Torá fueron entregadas en el Monte Sinaí. [La respuesta es que la Torá relacionó la ley de Shemitá con el Monte Sinaí] para enseñarte que así como todos los detalles de la ley de Shemitá fueron entregados en Sinaí, así también se entregaron todos los detalles del resto de las mitzvot.
Pero otros comentaristas notan (ver Or Hajaim) que Rashi no contesta realmente la pregunta. Él explicó la necesidad de elegir una de las 613 mitzvot para informarnos que el origen de todas las mitzvot fue en Sinaí, pero no explicó por qué Shemitá fue elegida de entre todas las mitzvot para cumplir con este propósito. ¿Acaso debemos asumir que su selección fue una mera coincidencia?
Intentaremos explicar la relación especial entre Shemitá y Sinaí en este ensayo 
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Mandamientos increíbles

Es común resaltar que Shemitá es una mitzvá increíblemente poderosa; casi por sí sola, tiene el poder de demostrar que la Torá debe haberse originado en el cielo. Ningún ser humano en una sociedad agrícola —como era la realidad de prácticamente todas las personas en los tiempos Bíblicos— podría jamás haber ideado las leyes de Shemitá. Renunciar a una cosecha completa una vez cada siete años, y dos años de cosecha seguidos una vez cada cincuenta años, en un período de la historia donde la tasa de supervivencia era baja, no sólo constituiría un suicidio económico, sino que acarrearía también una seria amenaza de hambruna.
La única forma de implementar el mandamiento de Shemitá en el mundo real es bajo las condiciones que la Torá misma describe:
Y si vas a decir, ‘¿Qué comeremos en el séptimo año? ¡He aquí que no plantaremos ni recolectaremos nuestras cosechas!’. Entonces, Yo decretaré Mi bendición para ustedes en el sexto año, y éste producirá una cosecha suficiente para un período de tres años. Plantarán en el octavo año, pero comerán de la cosecha antigua; hasta el noveno año, hasta la llegada de su cosecha, comerán de la antigua” (Levítico 25:20-22).
Sólo alguien que realmente tenía una relación directa con Dios podría haber garantizado tal cosa. Ninguna secta rabínica interesada en crear una nueva religión habría osado inventar tal mandamiento, dado que la mencionada garantía debía cumplirse para que fuera posible su observancia —y nadie podía asegurar tal cosa— por lo tanto, se desprende que sólo Dios podía haberla emitido. Luego, de cierta forma, la conexión entre Shemitá y el Monte Sinaí se torna evidente. La misma existencia del mandamiento de Shemitátestifica acerca de la veracidad de nuestro encuentro con Dios en Sinaí.
Examinemos a continuación las profundas ramificaciones de esto. 
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Dos universos diferentes

Siempre leemos esta porción de la Torá durante los días de la cuenta del Omer, el período de preparación para recibir la Torá en Shavuot. Esto no es una mera coincidencia; la aceptación del deber de observar las leyes deShemitá es una parte muy importante de este proceso de preparación
Es fácil pensar que la vida de un judío que observa los mandamientos de la Torá es básicamente igual a cualquier otra. Superficialmente la única diferencia visible entre el judío observante y una persona secular es que él tiene más deberes y responsabilidades, y menos tiempo de esparcimiento. Pero la verdad dista mucho de esta apariencia superficial; de hecho el judío observante de Torá vive en un mundo distinto que una persona secular. Ambos pueden habitar el mismo planeta, pero sus vidas se desarrollan en universos separados.
Para apreciar el significado de esto, estudiemos la conexión del año deShemitá con el concepto de Shabat.
"Pero el séptimo año será un completo descanso para la tierra, un Shabat para Dios” (Levítico 25:4)
Najmánides explica que en realidad existen tres tipos de Shabat:
  1. Por un lado tenemos el Shabat una vez cada siete días que representa el fin del trabajo de toda creación física; éste es el Shabat de las semanas.
  1. Shemitá es el Shabat que ocurre una vez cada siete años; este es el Shabat embebido en la historia; representa el final de los tiempos cuando Dios podrá descansar de la labor de dirigir la historia de la humanidad hacia su destino final de la misma manera en que el Shabat semanal fue el día de descanso para Dios de la labor de la creación física; el Shabat de Shemitá es reminiscente del Mundo Mesiánico.
  1. El año de Jubileo presenta el Shabat como el punto de contacto de la creación con Dios; ocurre una vez cada cincuenta años y representa el Shabat del mundo superior, el mundo al que se refiere el primero de todos los versículos del libro de Génesis. Estrictamente hablando, pertenece a la dimensión del ‘ocho’, más allá del siete (es decir, más allá de este mundo).
Veamos entonces si podemos desenmarañar un poco la relación especial entre Shemitá y Shabat.
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La política post-diluvio

Al terminar el diluvio, Dios le dice a Noaj:
Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán” (Génesis 8:22).
El Talmud (Sanedrín 58b) aprende de este versículo que a un ben Noaj —literalmente un ‘descendiente de Noaj’, es decir un no judío que está obligado a observar las siete leyes noájidas— no se le permite “detenerse” en Shabat. Él tiene prohibido observar el Shabat. De hecho, en la práctica, a los potenciales conversos que aún son considerados bnei Noaj de acuerdo a la ley judía, y que comienzan a observar las leyes de Shabat como parte de su preparación hacia la conversión, se les instruye cometer un pequeño acto de profanación de las leyes de Shabat en forma deliberada de manera de no violar la prohibición que hay sobre un ben Noaj de observar el Shabat.
Esta regla no es un mero tecnicismo, sino que es la misma esencia de Shabat, como está estipulado en la plegaria de la Amidá que recitamos cada Shabat:
No se lo diste... (el Shabat) a las naciones de la tierra, ni lo hiciste la herencia de los idólatras. Y en su descanso no descansarán los incircuncisos. Pues para Israel, Tu pueblo Tú lo has dado con amor, a la semilla de Yaakov a quien Tú has escogido.
Pero, ¿por qué es esto? ¿Qué posible daño podría ocurrir si un no judío —unben Noaj— observa el Shabat? 
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Cuando no puedes parar

Volvamos nuevamente a la norma post diluvio que impuso Dios.
Mientras la tierra permanezca, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca cesarán” (Génesis 8:22).
¿Cuáles son las implicaciones de que el mundo nunca se detendrá? Intentaremos explicarlo con la ayuda de una metáfora.
En estos tiempos hay más de una forma de volar un avión. Puedes volarlo de manera arcaica, donde el piloto humano realiza las maniobras desde el principio hasta el final, o puedes dejar tu aeronave en las competentes manos de un sistema de vuelo automatizado manejado por un computador. La práctica común en estos días es utilizar una mezcla de ambos sistemas, pero, a medida que avanza la tecnología, cada vez más sistemas están bajo el control de un computador. Y dado que es más rentable y gracias a los firmes avances en tecnología, en un futuro no tan lejano todos viajaremos en aviones totalmente dirigidos por computadoras.
En muchas formas, el piloto automático nos brinda un viaje mucho más suave y placentero. Es capaz de hacer ajustes de velocidad, rumbo y altitud a la velocidad de la luz, mientras que un piloto humano sólo puede reaccionar a las condiciones del clima, etc. con la velocidad de los reflejos humanos. Si de todas formas nos sentimos más seguros con un piloto humano es porque el piloto automático no puede pensar. Primero que nada, no tiene ninguna noción de por qué el avión está en vuelo, cuál es su destino, o cuál es el riesgo de su misión. No puede cambiar sus políticas ni tampoco reevaluar sus objetivos en pleno vuelo.
Dios creó un universo que también puede funcionar de estas dos formas. Inicialmente lo piloteaba Él mismo. Pero dado que Él estaba involucrado personalmente con los pasajeros, las transgresiones de los pasajeros dañaron el vínculo entre los humanos y el piloto, a tal punto que en un momento dado Dios decidió abortar el viaje (el Diluvio). Ahora bien, todo el tiempo que Él retuviera el control de esta Aeronave Universal no había ninguna forma de garantizar que esto (el Diluvio) no ocurriría de nuevo.
Entonces, Dios decidió retirarse de los controles y puso al universo en piloto automático. Su política post diluvio entonces significó el anuncio a Noaj que a partir de ese minuto Él no estaría directamente involucrado en el fluir de las estaciones, etc. De esta forma, el comportamiento de la especie humana no volvería a ser juzgado bajo la óptica de “vivir en una relación íntima y continua con Dios”. Las transgresiones de los humanos entonces no tendrían ningún impacto en el funcionamiento del universo y Dios podría de esta forma garantizar que jamás ocurrirá un segundo diluvio.
Pero este cambio en la normativa tuvo también un lado negativo. Mientras Dios estaba en el asiento del piloto, el universo se dirigía hacia un destino, pero ahora que se encuentra en piloto automático, el mundo gira sin fin bajo el control de un sistema automatizado que no toma en cuenta ideas como ‘propósito’ y ‘destino’. Este viaje no tiene un sistema de ‘stop’ incorporado. Sólo terminará cuando alguien decida deshacerse del interruptor del piloto automático. En tal universo no existe Shabat.
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El universo del pacto

La esencia del pacto de Dios con Abraham consiste en la promesa de que él —Abraham— nunca sería sometido al control de este computador universal. En la primera conversación con Abraham, Dios lo remueve de este universo que funciona en piloto automático.
"Dios le dijo a Abram, ‘Vete para ti desde tu propia tierra, de tus parientes, y de la casa de tu padre hacia la tierra que Yo he de mostrarte. Y te convertiré en una gran nación; te bendeciré, y haré tu nombre grande, y serás bendición. Bendeciré a aquellos que te bendigan, y aquél que te maldiga Yo lo maldeciré; y todas las familias de la tierra serán bendecidas a través de ti’” (Génesis 12:1-3).
El universo de Abraham tiene tanto los pros como los contras del mundo pre Diluvio. Su universo es piloteado directamente por Dios; es “manejado por una relación” en vez de “guiado por un computador”. Esto significa que tiene un propósito y un destino. Quien tiene los controles lo está guiando de manera que alcance su destino y llegue a un ‘alto’, un ‘stop’. Dado que el concepto de ‘stop’ está integrado en este universo, tal universo también contiene el Shabat
Por otro lado, este universo es sensible a las transgresiones. La historia ha demostrado que los judíos son mucho más vulnerables a holocaustos y exterminios que el resto de los pueblos. “Nuestro mundo” ha llegado a un fin en más de una ocasión. Nuestra relación con Dios, dado que es tan personal, tiene los altos y bajos de todas las relaciones humanas. Tenemos la seguridad de saber que nuestro Omnipotente y Omnisciente piloto nos conducirá de alguna manera a nuestro destino, pero Él a menudo decide en Su sabiduría que en determinado caso es mejor volar a través de la tormenta en vez de evadirla. 
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La teoría de los universos paralelos

Vivimos en una era donde la idea de universos paralelos es científicamente respetable. Una de las sugerencias enunciadas por eminentes físicos como solución de la Paradoja de Schrodinger (experimento mental planteado como contradicción a la teoría cuántica, en el cual un gato dentro de una caja bombardeada por electrones, debería estar al mismo tiempo vivo y muerto) es la teoría de que cada salto cuántico (cambio de estado de los electrones) genera al menos un universo paralelo. La teoría de que los hijos de Noaj y los de Abraham viven en universos paralelos no es una sugerencia extravagante en los círculos intelectuales de hoy.
A menudo hemos expuesto el obvio hecho de que un universo creado no tiene inercia. No estará automáticamente aquí mañana simplemente porque existe hoy. La creación es un acto de voluntad, la voluntad de Dios para ser precisos, y la voluntad de cualquier criatura pensante, incluso una criatura en nuestro nivel, no tiene inercia. La creación necesita entonces constante renovación. Dicha renovación debe venir de la fuente: la voluntad de Dios. Para gente que vive en universos paralelos, la ruta para la renovación no es necesariamente idéntica.
Primero veamos la ruta de la renovación judía
"Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en él se abstuvo de toda la obra que Él había creado y hecho” (Génesis 2:3).
Rashi nos dice:
El santificó [el Shabat] con el maná. Todos los días de la semana, una medida caía para cada persona, pero los viernes caía una porción doble… en el Shabat, el maná no caía del todo.
Debería ser obvio que la fuente de toda bendición material en un universo controlado por Dios es también el punto de destino; después de todo, toda la razón de por qué Dios mismo maneja los controles es para asegurarse de que el mundo llegue a su destino. El destino es representado en el mundo de hoy por el día en el que el mundo se detiene, Shabat.
Para enfatizar el hecho de que Shabat es la fuente de todo el maná que cae durante el resto de la semana, en Shabat no caía nada, mientras que el viernes caía una porción doble. Shabat es la “vasija” que contiene la bendición. Cuando la bendición es vertida puedes únicamente detectar el flujo si te encuentras fuera del utensilio desde el cual se está vertiendo. Si estuvieras sentado dentro de tal “vasija” nadando en la bendición, el flujo de bendición sería invisible para ti.
En Shabat, nosotros los judíos, que estamos viajando en este universo controlado por un piloto hemos llegado a un ‘alto’ que es reminiscente de nuestro destino final. Estamos sentados dentro de la “vasija” de bendiciones, inmersos en la atmósfera del Mundo Venidero. No tenemos ninguna necesidad de la bendición que está siendo vertida en el mundo material porque no estamos ahí. Hemos abandonado temporalmente el mundo para entrar en el mundo de Shabat. El maná no fluye ahí, fluye desde ahí; no hay maná en Shabat.
Para nosotros los comedores de maná, que estamos personalmente involucrados con Dios y somos mantenidos por su propia bendición personal, la fuente de bendición material no es el universo que Dios puso en piloto automático. Nuestro viaje tiene un destino. El propósito de mantenernos y de renovar la creación para nosotros es sólo para asegurar que estemos vivos y bien al final del viaje. La fuente de nuestra renovación es el Shabat, un día reminiscente del punto de destino.
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Renovando el universo paralelo

Hemos llegado al punto en que los universos paralelos de los bnei Noaj y los hijos de Abraham comienzan a divergir. La esencia del mensaje en la declaración post Diluvio emitida por Dios de que el mundo noájida nunca cesaría de girar tiene que ver con esta idea de renovación. La garantía Divina de renovación permanente se traduce en que la energía de tal renovación fue “programada” en el universo noájida hasta el final de los tiempos. Después de todo, la decisión Divina de desligarse fue precisamente para proteger al mundo de la destrucción.
Los orígenes de la vida están en polos opuestos para el judío observante de Torá y para el no judío, el ben Noaj. El no judío obtiene energía de vida a partir del universo que Dios creó; su sustento viene de la actividad, del permanente y ordenado movimiento de la naturaleza. Si su mundo se detuviera alguna vez, él dejaría de existir completamente. Él no puede manipular la renovación del universo material por medio de ser un observante de Shabat.
El judío observante de Torá deriva su existencia del destino final del mundo, desde el punto donde toda la humanidad volverá nuevamente a ser una parte inseparable de la esencia misma de Dios. Su bendición viene de la no-actividad, del cese total de toda acción. El debe, entonces, observar el Shabat para mantener su conexión con la fuente de su existencia.
La respuesta al problema que enunciamos es sorprendentemente clara. La seguridad del mundo noájida está basada en su habilidad de funcionar sin el contacto con Shabat. Por otro lado la descendencia de Abraham sólo puede sobrevivir observando Shabat. La renovación que viene del Shabat implicaría el fin del mundo noájida por completo. Tan pronto como hiciera contacto con el Shabat, el piloto automático dejaría de funcionar; su universo colapsaría por completo y desaparecería en un segundo Diluvio.
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El punto de intersección

Pero el Shabat es más que un símbolo del punto de destino. Dios diseñó el universo de manera tal que fuera obvio que el Shabat es el punto de intersección entre los dos universos paralelos
Todas las cosas materiales tienen seis lados. Los objetos físicos tienen una altura y un fondo y cierto espesor, de otra manera no podrían estar insertados en un espacio tridimensional. Sin embargo, los cuerpos sólidos tienen un punto metafísico, su centro. El centro es quizás el punto más importante y útil en un objeto en términos de cálculos, como cualquiera que haya intentado encontrar el centro de gravedad o haya tomado cualquier tipo de curso en geometría, trigonometría o física.
Dicho esto, mientras un objeto tenga cierta extensión siempre tendrá seis lados. A medida que lo puedes hacer más y más pequeño se estrechará y encogerá hacia un único punto indivisible. Pero este punto es el límite. Alcanzarlo significaría escapar del mundo de lo material y entrar en la esfera de lo espiritual. Este punto localizado en el límite físico de todas las cosas es la séptima dimensión de los objetos físicos. Es el punto imaginario en el centro de todas las cosas y es el punto representado por el Shabat.
La conexión con lo santo está localizada en este centro de existencia. Cuando necesitas llegar a un lugar estás en movimiento. Cuando llegas a tu destino descansas. El centro es santo porque siempre está en reposo. Del estudio del universo sabemos que todo está en constante movimiento, y casi todo fenómeno observado está en órbita, girando en torno a ellos mismos, en torno a sus soles, al centro de sus constelaciones, y al centro del universo conocido.
A medida que los objetos giran en torno a sus ejes, el eje mismo permanece fijo, totalmente en reposo en términos del resto del mundo material. Las fuerzas dinámicas que operan en el resto del mundo natural no afectan al punto central —el punto alrededor del cual todo el movimiento se desarrolla pero que al mismo tiempo se encuentra bajo el control de factores completamente diferentes—. El profundo simbolismo de Shabat nos rodea por todos lados
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Bajando del avión

Nosotros los judíos —que somos pasajeros en el universo piloteado directamente por Dios— debemos tener en mente constantemente que estamos encaminados hacia un destino, y que el ‘stop’ final provee la justificación para todo el viaje. El piloto no volará un avión para pasajeros si ellos no están interesados en llegar a destino. Pero aquel que pretende llegar a destino debe pasar cierto tiempo preparándose para el viaje.
Dios ha decretado que la manera apropiada para hacer esto es observando las leyes de Shabat y Shemitá. La no observancia constituye viajar de “polizón” en el otro universo, aquel que no tiene un destino y que es manejado por el piloto automático, y la consecuencia es el exilio desde un universo al otro.
Como castigo por los pecados de inmoralidad sexual, idolatría y la no observancia de los años de Shemitá y Jubileo, los judíos son exiliados y otros vienen y se asientan en su lugar (Talmud, Shabbat 33a). Pero, ¿qué le pasa a la tierra?
"... entonces la tierra disfrutará de sus sabáticos durante todos los años de su desolación, mientras ustedes estén en la tierra de sus enemigos; así la tierra descansará y se apaciguará por sus sabáticos. Todos sus años de desolación descansará, lo que sea que no haya descansado durante los sabáticos cuando ustedes habitaban en ella” (Levítico 26:34-35).
El primer exilio a Babilonia, que duró un período de setenta años, fue exactamente tan largo como el número de años de Shemitá y Jubileo desde que el pueblo judío entró a la tierra de Israel. Puesto que nunca observaron la ley de Shemitá correctamente, tuvieron que sufrir un año de exilio por cada año de no observancia.
Como preparación para recibir la Torá nuevamente, debemos internalizar esta lección. 
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Honor judío

Ser un judío observante de Torá es un gran honor. El no judío puede observar la ley de Shemitá con la mayor de las dedicaciones, y nunca habrá una bendición en su cosecha del sexto año. Su universo está en piloto automático y no gana nada absteniéndose de trabajar la tierra. Por otro lado, cuando el judío se detiene en Shemitá y en Shabat, su no actividad le brinda un bienestar material mayor que el que le brindaría una enorme inversión de sudor y esfuerzo. Obviamente este es un gran honor, pero también existe un tremendo inconveniente.
Así como el no judío no puede unirse el universo judío a voluntad, de la misma manera, el judío no puede abandonar su universo. Sus ancestros, que se pararon en el monte Sinaí y establecieron un pacto con Dios, lo pusieron a él en el universo del Shabat. Ya sea que le guste o no, la fuente de su bienestar material viene del Shabat, del ‘stop’ que se produce cuando uno llega a destino, y no de la incesante actividad en este mundo.
Un judío que pierde su conexión con este universo por no observar la Torá, no adquiere inmediatamente el derecho a bajarse de este universo y sentarse en el otro universo como un pasajero cualquiera que haya comprado un ticket. Lo mejor que puede hacer es viajar de polizón, siempre a la merced de la gente que realmente pertenece a ese universo, tal como ampliamente atestiguan los últimos dos mil años de historia de nuestro pueblo.
Todas las tragedias recurrentes de la historia judía se originan en los fallidos intentos de grandes facciones del pueblo judío de descender de su propio universo y unirse al resto del mundo. Esto no puede hacerse sin terribles consecuencias. Y es una vergüenza que hayamos sufrido tanto en forma tan innecesaria, cuando el hecho de quedarnos en nuestro propio universo ofrece beneficios espirituales y comodidades materiales más allá de cualquier descripción como pago simplemente por aprender a dejar de correr.
Publicado: 7/5/2014

La raíz del asunto

Emor(Levítico 21-24)


Contarán para ustedes —desde el día siguiente del primer día de descanso, desde el día en que llevan el Omer de la agitación— siete semanas; éstas serán completas. Hasta el día siguiente de la séptima semana contarán cincuenta días; y ofrecerán una nueva ofrenda vegetal a Hashem (Levítico 23:15-16).
La costumbre entre los judíos es de no celebrar casamientos entre Pesaj y Shavuot. La razón: para no crear una atmósfera de alegría ya que los estudiantes de Rabí Akiva murieron en una plaga en este período. También hay una costumbre de no recortarse la barba o el cabello [como señal de duelo], pero algunos permiten esto después de Lag BaOmer —el día 33 del Omer— ya que sostienen que la plaga se había detenido para ese entonces (Tur, Oraj Jaim 493:1).
Se dice que Rabí Akiva tenía 12.000 pares de estudiantes y que todos ellos murieron en un mismo período porque no se trataban con el respeto adecuado los unos a los otros. El mundo era un páramo hasta que Rabí Akiva le enseñó a nuestros Rabínos en el sur: Rabí Meir, Rabí Yehudá, Rabí Yosi, Rabí Shimon [ese es Rabí Shimon bar Yojai, el autor del Zohar y cuya muerte conmemoramos el día 33 del Omer] y Rabí Elazar ben Shamua. Y ellos reestablecieron la Torá. Fue enseñado que todos murieron entre Pesaj y Shavuot (Talmud, Yevamot 62b).
¿La conexión entre la muerte de aquellos rabinos por la falta de respeto mutuo y los primeros 33 días del Omer es sólo una coincidencia?
El hecho que Israel esté de duelo durante los días del Omer y que el Talmud destaque que las muertes fueron entre Pesaj y Shavuot nos da forzosamente la impresión de que se trata de algo más que una mera coincidencia.
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Gloria

Todo quien es llamado por Mi nombre y a quien He creado por Mi gloria; a quien He formado, incluso perfeccionado (Isaías 43:7).
Todo lo que el Santo Bendito creó en Su mundo, lo creó solamente por Su gloria, como está escrito, Todo quien es llamado por Mi nombre y a quien He creado por Mi gloria; a quien He formado, incluso perfeccionado (Isaías 43:7). Y está escrito, Dios reinará por toda la eternidad (Avot 6:11).
Este capítulo de Avot es conocido como el “Capítulo de la adquisición de la Torá”, ya que trata en su totalidad sobre cómo obtener conocimiento de Torá.
La palabra hebrea kavod, que se traduce como “gloria”, significa realmente respeto.
La palabra hebrea para ‘gloria’ que se utiliza en el versículo citado anteriormente es la palabra kavod.Dado que el significado ordinario de kavod, ‘respeto’, no es adecuado para describir el concepto que hay detrás de este versículo, el traductor seleccionó la palabra ‘gloria’ en su lugar. Desafortunadamente en este contexto, esta traducción hace parecer que Dios creó el mundo para mostrar su poder, lo cual obviamente no es el mensaje del versículo.
Para comprender realmente a qué se refiere el hecho de que Dios creó el universo por Su gloria, debemos sumergirnos primero en el concepto judío dekavod.
Comencemos explorando la asociación que hay entre el concepto de kavod y la Torá.
Esto es lo que harás para ellos, para santificarlos y para que sean Mis sacerdotes (Éxodo 29:1). Esto es lo que está escrito, el sabio heredará honor, ‘kavod’ (Proverbios 3:35). No hay honor sino la Torá; y puedo probártelo. Si estudias el Libro de Crónicas encontraras que la gente es listada: Adam, Seth, Enoj, etc., y no encontrarás respeto, kavod, asociado a ninguno de ellos sino hasta que llegues a Jabez, como está escrito, Jabez era más honorable que sus hermanos (Crónicas I 4:9). ¿Por qué su nombre es asociado con kavod? Porque él busco incansablemente el estudio y la enseñanza de Torá.
El sabio heredará honor. Similarmente encontramos respecto a Aharón. ¿Qué dice? La enseñanza de verdad estaba en su boca (Malaji 2:6). ¿Qué le dice Dios a Moshé? Harás vestimentas de santidad para Aharón tu hermano, para gloria y esplendor (éxodo 28:2). Todo estekavod es en mérito de la Torá que él perseguía incansablemente (Éxodo Rabá 38:5).
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El honor de la Torá

¿Cómo podemos relacionarnos con la idea de que no hay un respeto o kavodgenuino que no esté asociado de alguna manera con la incansable búsqueda de Torá?
Rav Hutner encuentra el inicio de la respuesta en Salmos 136, conocido como "La gran alabanza". En este rezo, el cual recitamos en Shabat por la mañana, describimos a Dios como un ser cuya bondad dura por siempre, ¡no menos de 26 veces! Comentando sobre este aparentemente exagerado énfasis repetitivo en la bondad de Dios que hay en este rezo, el Talmud nota:
Rabí Yehoshúa ben Levi enseñó: Estas 26 bondades representan las 26 generaciones en que Dios mantuvo al mundo por pura bondad, ya que Él aún no había entregado Su Torá (Talmud, Pesajim 118a).
Esta afirmación pareciera implicar que la bondad de Dios se acabó después de estas 26 generaciones y que, una vez que Dios le entregó la Torá al pueblo judío, Él dejó de mantener al mundo con bondad.
Pero Rav Hutner explicó que la verdadera intención del pasaje no es describir una reducción en la bondad de Dios, sino que es mostrar una alteración en el atributo de Dios que sirve de base para la creación. Antes de que la Torá fuera entregada, la relación de Dios con el mundo sólo podía ser entendida en términos de pura bondad. Después de que la Torá fue entregada, podía ser entendida en términos del concepto de kavod.
Cuando el hombre vive en el mundo sin que su vida tenga ningún propósito asignado, él está asumiendo de forma activa que Dios creó el mundo como un acto de pura bondad. Todo lo que él tiene que hacer es disfrutar. Obviamente, dado que vive en el mundo de Dios, debe cuidar al menos las leyes básicas que constituyen una conducta civilizada, las cuales están expresadas en las siete leyes noájidas, pero no existe noción alguna sobre la obligación que tiene de ganarse su porción. Un mundo que no exige una búsqueda como condición de vida es un mundo que no está construido en base a respeto, sino en base a pura bondad.
Si traducimos las implicaciones de un mundo como este a una situación de la vida real, sería equivalente a vivir a expensas de alguien, obteniendo un soporte completo sin tener que dar nada a cambio. Nadie respeta a quien vive de esta manera. Pero un mundo sin Torá es precisamente un mundo como ese. El propósito de la vida sería simplemente disfrutar de la vida. El hombre no tendría obligaciones ni deberes más que simplemente disfrutar de su vida y seguir las leyes noájidas, las cuales son simplemente las leyes básicas de un comportamiento civilizado y que son respetadas por prácticamente todas las sociedades humanas.
El mundo de Torá es un mundo basado en respeto.
El mundo de Torá también es un mundo que contempla la bondad de Dios, pero es un mundo que se basa en respeto. En un mundo como este, el hombre debe pasar su vida trabajando para perfeccionarse a sí mismo. Él debe transformarse a sí mismo en un ser semejante a Dios por medio de respetar cuidadosamente las leyes de la Torá, las cuales están diseñadas para guiarlo hacia la conducta apropiada de un ser que fue creado a imagen y semejanza de Dios. La observancia de estas leyes no tiene nada que ver con disfrutar de la vida, e involucra mucho esfuerzo y sacrificio. Es más, la observancia de estas leyes es la condición para vivir. La Torá estipula que si nadie observase estas leyes, el mundo dejaría de existir.
Bajo el sistema que fue introducido en el Sinaí, el hombre debe justificar su existencia. Él debe ameritar haber recibido un mundo. El mundo continúa existiendo sólo porque el hombre lo necesita para poder lograr su misión y su propósito. La creación de Dios aún es un acto de bondad, pero es bondad basada en respeto. El hombre, el destinatario de la creación, debe producir. Vive en un mundo en el que no hay nada gratuito. Cada hombre debe ganarse lo suyo. El respeto como respuesta al esfuerzo y a los logros es un aspecto dekavod.
Otro aspecto de kavod está asociado con la unicidad. Por ejemplo, el valor que tienen los minerales está asociado con su escasez. El oro es un elemento escaso en la naturaleza, por lo tanto es valorado y único. El platino es más escaso que el oro y por lo tanto tiene un mayor valor. El uranio enriquecido es aún más escaso, y por lo tanto tiene un valor aún más elevado. Otro ejemplo es el arte, especialmente después de la muerte del artista, cuando queda claro que el recurso se ha agotado totalmente. Los Rembrandt son sumamente escasos, y su valor es prácticamente invaluable.
De la misma forma, algunos seres humanos fueron bendecidos con cualidades sumamente poco comunes que los hacen únicos. El gran atleta, el gran científico, el fantástico orador, la hermosa modelo... todo ellos son una categoría especial de seres humanos. No hay muchos como ellos por allí. Y esa escasez, cuando se asocia con una cualidad que se considera positiva, genera adulación por parte del resto de la humanidad. Por lo tanto, estas personas reciben por lo general mucha atención y dinero.
Pero las personas son más complejas que los minerales o las pinturas. El valor que se les asigna no depende exclusivamente del criterio objetivo de la escasez, sino que hay otros factores que entran también en la ecuación. En hebreo, el valor numérico de la palabra kavod es 32, que es el mismo valor numérico de la palabra lev, ‘corazón’. Eso se debe a que el kavod que la gente recibe producto de su unicidad depende del valor que se le asigne al aspecto en el cual son únicos, y este valor depende del corazón humano.
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Valores sociales

Una excelente vara con la cual se pueden medir los valores sociales es el estudio de la distribución de kavod.
Por ejemplo, si observamos nuestra sociedad, veremos que le damos abundante atención y dinero a las estrellas de deportes, a los artistas, a los políticos y a los magnates, mientras que los prominentes científicos, los influyentes maestros y los clérigos suelen vivir vidas mal pagadas y poco reconocidas. El nombre ‘Pelé’ tiene reconocimiento casi instantáneo, mientras que pocas personas han oído sobre Alexander Fleming. Sin embargo, el primero sólo logró dominar un poco mejor la pelota que el resto, mientras que el segundo salvó las vidas de varios millones de personas al descubrir la penicilina.
Pelé, el jugador de fútbol, es más famoso que Alexander Fleming, el inventor de la penicilina.
La ecuación de lev-kavod sugiere que nuestra sociedad valora mucho más los logros en el ámbito de los deportes y el entretenimiento que en los campos del conocimiento científico y la moral.
Esto nos lleva nuevamente a la asociación de kavod y Torá. En el mundo de pura bondad que precedió a la Torá, en el cual el foco de la vida era el disfrute, el avance del conocimiento siempre iba por detrás de los placeres del entretenimiento. La persona con un talento especial que estimula los sentidos físicos aporta mucho más al disfrute de la vida que la persona que escribe aburridos textos llenos de conocimiento esotérico de los que depende el avance del conocimiento humano.
En un mundo de Torá, en el cual el foco está puesto necesariamente en la mejora en lugar de en el disfrute, el kavod va a ser necesariamente distribuido de forma diferente que en nuestro mundo. El mayor kavod le será ofrecido al erudito de Torá.
Pero aún hay un tercer aspecto del kavod que debemos explorar, el cual finalmente nos permitirá reexaminar la historia de los estudiantes de Rabí Akiva.
Como hemos señalado, el kavod entre la gente es un aspecto de la individualidad. Si hay miles de Michael Jordan, entonces no hay ningún honor en ser uno de ellos. E incluso en la sociedad ideal de la Torá, que pone al conocimiento en el pedestal más alto, cuando hay 24.000 brillantes sabios de Torá no es nada especial ser uno de ellos.
La falta de respeto con la que se trataban mutuamente los estudiantes de Rabí Akiva era simplemente un indicativo de la gran abundancia de grandes eruditos de Torá. ¿Qué había de malo en eso?
La Mishná enseña: el hombre fue creado solo [y no en una especie, ni siquiera macho y hembra, sino que fue creado como un individuo solitario] para enseñarte que quienquiera que destruya una vida es considerado por la Torá como que hubiese destruido todo el mundo, y quienquiera que salve una vida es considerado como que hubiera salvado todo un mundo (Talmud, Sanhedrin 37a).
¿Pero cómo entendemos esta lección? Cuando Adam fue creado, él tenía la cualidad de la unicidad, pero ahora que hay miles de millones de personas en el mundo, ¿cómo es posible igualar a cada individuo con Adam?
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El significado de la unicidad

Rav Hutner explica que cada humano es único. No hay dos individuos en la historia del mundo que hayan tenido la misma percepción de algo. Cada uno tiene su propia mente, carácter y emociones, y cada uno representa una única e irrepetible consciencia en el cosmos. La gran cantidad de seres humanos sin duda oculta esta verdad, pero ninguna cantidad podría cambiar la veracidad de esto.
¿Cuál es la diferencia entre el gran atleta, el gran político o el importante científico?
Si observamos nuevamente la singularidad de los seres humanos, descubriremos otra diferencia entre el gran atleta o político y el importante científico. El gran atleta que corre la distancia en un pequeño tiempo no será diferente que otro atleta que iguale su velocidad. Incluso si logra el récord mundial, esto será sólo por un corto período de tiempo, e incluso entonces su supremacía no es sino en uno o dos segundos.
Esto obviamente también aplica a cualquiera de las otras cualidades que veneramos, con la única excepción del conocimiento. El conocimiento es un producto de la percepción humana, y por lo tanto, cada persona representa una unicidad que jamás se repetirá.
El período de los días del Omer (los días entre Pesaj y Shavuot), es un periodo de expectación, de contar los días hasta que finalmente recibamos la Torá.
El mandamiento de contar los días está basado en el sentimiento de la emocionante expectación. Este período representa la transición entre dos mundos:
1. El mundo de las 26 generaciones, basado en pura bondad y dedicado exclusivamente al disfrute, y
2. El mundo de Torá, basado en respeto y dedicado al perfeccionamiento.
Es la transición del mundo del disfrute al mundo del kavod.
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Conocimiento de Torá

En este mundo de kavod, la singularidad del hombre se demuestra en su capacidad de obtener conocimiento, y el kavod es otorgado sobre la base de sus logros en ayudar a que el conocimiento humano avance. El área más significativa de conocimiento humano, y por lo tanto la que implica el mayorkavod, es el conocimiento de Torá. Sin este conocimiento, la creación de Dios sería un acto de pura bondad, en el cual el hombre no tendría ningún deber o responsabilidad fuera de comportarse de forma civilizada. Los más exitosos en el área del conocimiento de Torá fueron los alumnos de Rabí Akiva.
Cuando estos estudiantes se tomaron unos a otros como algo dado simplemente porque había muchos de ellos, entonces eso demostraba que en realidad tenían una falta de apreciación y entendimiento del mundo del kavodque la Torá había introducido. Dicha falta de apreciación causa que los días de expectación carezcan absolutamente de sentido. Si el conocimiento de Torá no hace que cada erudito merezca kavod, entonces independientemente de cuántos de ellos haya, la entrega de la Torá en Shavuot no cambiará nada.
La palabra número 33 de la Torá es la palabra tov, que significa ‘bueno’’.
La palabra número 33 de la Torá es la palabra tov, que significa ‘bueno’. Se refiere a la luz, que fue la primera creación de Dios: Dios vio que la luz era buena (Génesis 1:4).
Las 32 palabras anteriores de creación, que equivalen al valor numérico de lev, ‘corazón’, sirven para generar esta luz buena.
La luz de Dios para el mundo es Su Torá, la cual señala el camino para que el hombre cumpla su propósito y lo transforma en una criatura merecedora de respeto. Entre el día 33 del Omer y el día 50, Shavuot —que es el día en que la Torá entró al mundo—, hay 17 días, que equivalen al valor numérico de la palabra tov. Si dividimos los días de la cuenta entre los primeros 32 y los últimos 17 días obtendremos lev tov, el ‘buen corazón’: el corazón que sabe valorar y que otorga su kavod (que equivale a 32) con toda su esencia (también 32) al recipiente apropiado, el erudito de Torá.

Los parámetros de la vida

Kedoshim(Levítico 19-20)


La parashá Kedoshim cierra el tema de las ofensas sexuales listando las consecuencias de involucrarse en las distintas relaciones prohibidas que son descritas en la parashá Ajarei Mot.
Una de las características más importantes de una "sociedad moderna" es que ésta se mantiene fuera de los dormitorios de la gente. Lo que ocurra a solas entre dos adultos con consentimiento mutuo no es de la incumbencia de nadie más. Pero hemos ido mucho más allá de simplemente no vigilar la actividad sexual. Nuestra dedicación a la promoción de los derechos humanos y el respeto por la libre elección nos ha influenciado de forma tal que hemos llegado a aceptar ciertas relaciones que eran tabú hace no mucho tiempo atrás e incluso hemos llegado a reconocer legalmente acuerdos maritales poco convencionales. Los matrimonios del mismo sexo no son un fenómeno poco común hoy en día. Ya no estamos hablando de eventos que ocurren en la privacidad del dormitorio.
La reglas de la Torá con respecto a la conducta sexual son el completo opuesto de esto. Dichas reglas van mucho más allá de meramente establecer un estándar moral. La lista de penalidades que es descrita en la parashá de esta semana —que incluyen la pena capital en algunos casos—, deja en claro que en una sociedad guíada por las leyes de la Torá, el orden social que provee el sistema legal requiere que se implementen normas sexuales. Claramente una sociedad basada en la leyes de la Torá no sigue la regla de que “a nadie le incumben los asuntos del otro”. Esta falta de respeto, por así decir, al derecho a la privacidad junto con la completa intolerancia de la Torá ante los actos homosexuales son los principales factores de rechazo por parte de los "pensadores modernos" de los valores de la Torá.
Establezcamos con claridad la posición "moderna" para entender de qué estamos hablando. El argumento es algo así:
1. No existe un significado moral en la satisfacción de ninguna necesidad física.
2. Si una persona heterosexual puede satisfacer sus deseos sexuales con la aprobación de la sociedad, entonces no hay ninguna razón para que un homosexual no pueda disfrutar del mismo privilegio.
3. El único principio moral que hay en la expresión de los deseos físicos es el requerimiento de un consentimiento mutuo; nunca debemos pasar a llevar los derechos de otros en la búsqueda de la satisfacción de nuestros propios deseos.
4. Cualquier intento de interferir en las prácticas sexuales privadas de otras personas es una violación al derecho básico humano de la privacidad.
Por lo tanto, las reglas bíblicas que restringen la libre expresión de las preferencias sexuales se remontan a una era más primitiva del desarrollo humano.
¿Hay alguna forma de presentar la posición de la Torá sobre las prácticas sexuales desde una perspectiva “moderna”?
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¿Quién somos en realidad?

Obviamente nuestra actitud frente a las relaciones sexuales está fuertemente influenciada por nuestra visión de nuestra humanidad en general. La lógica dicta que el primer paso para comprender la actitud de la Torá frente a las prácticas sexuales es comprender la visión que tiene la Torá sobre el ser humano y cómo difiere dicha visión de la visión secular moderna. Como veremos, la diferencia se basa en el entendimiento del rol que juega el "libre albedrío" en el desarrollo humano. La primera pregunta que debemos hacernos es, ¿quiénes somos en realidad?
Debemos establecer por lo tanto cuál es el enfoque secular sobre el entendimiento de nosotros mismos; nosotros somos la suma total de nuestros impulsos y habilidades programadas en nuestro material genético junto con las modificaciones que generen las condiciones del medio ambiente que nos rodea en nuestra etapa de desarrollo. En el lenguaje de la ciencia, estas etapas se conocen respectivamente como el genotipo y el fenotipo.
Todos conocemos cómo funciona esta combinación. Todas las personas nacen con una mezcla de rasgos e impulsos únicos, y ese es el potencial que tienen y expresan a lo largo de sus vidas. Dado que todos nacemos en familias y grupos sociales particulares, y que cada grupo tiene sus propias nociones sobre cuál es el propósito de la vida y qué actividades constituyen un comportamiento civilizado, inevitablemente algunos de nuestros rasgos e impulsos innatos serán fomentados, mientras que otros serán desalentados y reprimidos por ser contraproducentes y antisociales.
La mezcla "única" de herencia y el medio que lo rodea determina la personalidad y actitud de cada ser humano que alcanza la adultez. El uso de la palabra "única" está completamente justificado en este contexto; en toda la historia de la humanidad, no han existido dos seres humanos que hayan compartido exactamente la misma herencia y ambiente. Es claro que la individualidad que separa a cada ser humano del resto no es un producto de nuestras elecciones. No tenemos ningún control sobre el material genético que recibimos y tenemos muy poco control sobre el medio que nos rodea en nuestra etapa de desarrollo y que modela nuestras personalidades.
Para cuando alcanzamos la adultez, ya hemos sido moldeados por estos factores que están más allá de nuestro control; hemos sido programados con un conjunto de rasgos e impulsos que constituyen el amoblado de nuestro mundo interior. Es sólo en este punto, después de que ya hemos llegado a la etapa adulta de nuestras vidas, que tomamos las riendas de nuestro destino; ya ha pasado casi un tercio de nuestras vidas para cuando asumimos finalmente el control sobre nuestro propio futuro.
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Punto de divergencia

Es en este punto que la visión de la Torá sobre el ser humano comienza a divergir de la visión secular.
De acuerdo a la Torá, este ser humano que alcanza la adultez que hemos descrito, por muy único que sea, no puede ser descrito como un individuo en ningún sentido. En este punto, él es un producto. Porque es Dios quien diseña la genética de cada persona y es la Providencia Divina la que le da forma a los parámetros de la vida temprana que forman el carácter de cada uno.
Si una persona no hace más que expresar su personalidad y materializar las actitudes que ha adquirido cuando alcanza la adultez, entonces es como si esa persona nunca hubiera nacido. Una persona como esta sólo puede ser vista como un objeto arrastrado por la corriente del río de la vida que fluye con la energía de Dios, un ser totalmente inerte.
No tenemos más que mirar la creación desde el punto de vista de Dios para poder apreciar la innegable lógica de todo esto. ¿Por qué habría de estar interesado Dios en un juguete de cuerda que gira precisamente en base a los parámetros que Él estableció? ¡No olvidemos que Dios es omnisciente! Él no tiene problemas para ver el futuro. Él no necesita realizar pruebas para ver cómo van a resultar las cosas que Él planeó. La lógica es innegable. Tiene que ser que Dios nos puso aquí para que tomemos nuestras propias decisiones. Él nos dio libre albedrío. ¡Él quiere que seamos nosotros quienes nos formemos a nosotros mismos!
Cuando llegamos a la adultez, debemos examinar el organismo sobre el cual hemos asumido el control y debemos corregir sus defectos incorporados. Si simplemente optimizamos las situaciones a las que nos enfrentamos con las respuestas pre programadas de nuestras personalidades dadas, entonces no hay realmente un propósito por el que debiésemos haber sido creados. Una calculadora de calibre Divino podría fácilmente saber qué haríamos con nuestras vidas. Pero Dios espera más de nosotros.
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Expectativas Divinas

Dio espera que analicemos el mundo que nos rodea como adultos y que saquemos algunas conclusiones sobre cuál es el propósito de la vida. Luego, Él espera que utilicemos nuestras vidas para expresar las conclusiones a las que hemos llegado por medio de nuestras deliberaciones. No debemos tomar ni al mundo ni a nosotros mismos como elementos preestablecidos que no pueden ser modificados, lo cual nos llevaría por la vida intentando adaptarnos lo mejor posible para calzar en el mundo. Cuando concluimos cuál es el propósito de la vida, es nuestra obligación emplear los talentos que nos dio Dios para rediseñar el mundo de acuerdo a dicho propósito. Debemos cambiar el mundo, no adaptarnos a él.
En la práctica, cambiar el mundo significa cambiarnos a nosotros mismos e influenciar a otros a cambiarse a sí mismos. La necesidad de cambiar exige una reorientación de nuestros deseos. Si nos damos cuenta que la expresión de éstos no puede reconciliarse con el propósito de nuestras vidas, entonces debemos emplear nuestra capacidad de libre albedrío para rediseñarlos cuando sea posible, o bien para restringirlos cuando no podemos rediseñarlos.
Este rediseño del carácter siempre es difícil; y restringir los deseos inapropiados es más difícil aún. Pero una persona que no le da forma a su vida y que no controla sus deseos, sino que simplemente materializa su carácter original aceptando todo como algo dado, nunca ejerce de forma genuina su libre albedrío. Ante los ojos de Dios, una persona como esta no existe del todo como individuo, a pesar de que no hay duda que se trata de un paquete humano único, como mencionamos anteriormente. Porque no importa cuán único sea, no fue él, sino Dios, el que formó el paquete, y todo lo que hace el ser humano es devolver el paquete original al final de su vida un poco más desgastado.
El Gaón de Vilna enseñó que el propósito de nuestro paso por este mundo es rediseñar nuestro carácter para que éste refleje el tzelem elokim la 'imagen y semejanza de Dios' (ver Even Shlemá, introducción). La relevancia del hecho que cada persona haya sido diseñada como un paquete único es que cada uno de nosotros tiene la habilidad de reflejar a Dios en su propia manera personal. Los eventos de nuestras vidas fueron ordenados de forma que tengamos la oportunidad de combatir con nosotros mismos las batallas que necesitamos para perfeccionar la imagen de Dios que sólo nosotros podemos ser.
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Satisfaciendo nuestras necesidades básicas

Intentemos traer estas ideas a la tierra mediante analizar un tipo de vida que nos es más familiar. Tomemos por ejemplo los deportes.
Lo más probable es que tú, habiendo crecido en el mismo ambiente cultural que yo, te relaciones con los deportes en algún nivel. Una buena parte del mundo ve el Mundial de Fútbol. Todos conocemos gente sumamente inteligente que se ve tremendamente afectada si su equipo gana o pierde. Esto aplica incluso a gente que nunca se ha involucrado personalmente en el deporte en cuestión. Una gran cantidad de dinero y de recursos sociales se invierten en la organización de los distintos eventos deportivos. ¿Cómo podemos entender esto?
La respuesta es que todos tenemos una necesidad de participar en una feroz batalla, de buscar aventuras, de ser los héroes que vuelven a casa victoriosos a pesar de las probabilidades. La mayoría de nosotros somos incapaces de expresar estas necesidades en el contexto de nuestras vidas cotidianas, ya sea en casa como en el trabajo. Si estas necesidades naturales se mantienen enfrascadas, nos volvemos personas aburridas y frustradas. Por lo tanto, la solución que encontramos es identificarnos con un equipo que esté involucrado en alguna clase de deporte y satisfacemos de esa forma nuestra necesidad de manera indirecta.
Cuando nuestro equipo alcanza la victoria, nos sentimos estimulados e intensamente vivos, ya que nuestra propia necesidad de batalla, aventura y victoria es satisfecha. Si además de eso ponemos una pequeña apuesta en el juego y obtenemos un beneficio real del resultado, eso intensifica nuestro sentimiento de participación e involucramiento, lo cual intensifica nuestro sentimiento de placer.
Esto explica también por qué la violencia y el sexo agresivo son las atracciones más relevantes de los libros y películas. Las necesidades y sentimientos que no somos capaces de materializar —pero que forman parte de nuestra fuerza de vida—, pueden ser expresados y disfrutados de manera segura en una de estas formas imaginarias.
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Qué hay del objetivo

La lógica es bastante clara, pero veamos cuál es la lógica que hay detrás de la lógica. ¿Por qué no consideramos una pérdida de tiempo entretenernos con las sublimes expresiones de nuestros deseos más violentos? Nuevamente todos conocemos la respuesta. ¿Qué otro objetivo hay para la vida fuera de la expresión de nuestras necesidades y deseos? Como seres seculares, ¿para qué deberíamos vivir si no es para eso?
Es sólo la expresión y satisfacción de nuestras necesidades y deseos más básicos lo que nos hace sentir vivos; pasar nuestras vidas en búsqueda de la expresión de nuestros instintos más básicos tiene mucho sentido, ya sea mediante la fantasía o la realidad. Obviamente es mejor satisfacer un deseo en el mundo de la realidad; pero incluso la expresión de deseos que sólo pueden expresarse en el mundo de la fantasía es suficiente como para que valga la pena la inversión y el tiempo; también te sientes vivo.
Nuevamente estamos hablando sobre el concepto del objetivo de la vida, pero esta vez estamos parados justo en el borde del precipicio de una gran división. Si nos tomamos a nosotros mismos y al mundo como elementos dados, entonces la vida no tiene ningún propósito. Nacemos, tenemos hijos y morimos. Ellos nacen, tienen hijos, y mueren. Cada uno es un paquete único, pero ¿qué importa eso? El universo produjo esa unicidad, y ésta pronto se desvanecerá en el polvo estelar.
Sin embargo, a pesar de que la vida puede no tener propósito, ¡es imposible vivir una vida sin propósito! Todo quien posea el don de la inteligencia humana debe hacer algo significativo con su tiempo o se volverá completamente loco. Pero, ¿qué podemos lograr si simplemente estamos desempeñando nuestro rol preestablecido?
La respuesta: usa tu vida para expresarte a ti mismo. Después de todo, cada persona es única; no hay nadie más que tenga las mismas características o personalidad que tú. Si pasas tu vida expresando tantas de ellas como puedas sin causarle ningún daño al resto, entonces tendrás una vida tan significativa como sea posible dadas las circunstancias.
De hecho, dado este orden de las cosas, evitar que una persona exprese una necesidad básica puede ser definido casi como un mal moral. Nadie tiene la opción de dar un propósito inherente a su vida, sino que todo lo que uno puede hacer es vivir con un propósito. Si evito que hagas algo porque defino que tus necesidades están mal en algún aspecto, entonces estoy vaciando tu vida de significado. Esto es en cierto sentido como un asesinato espiritual. La expresión de nuestras necesidades y características básicas es nuestra razón de vivir y, por lo tanto, la satisfacción de una necesidad toma prácticamente la forma de una búsqueda espiritual.
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El placer como herramienta

La visión de la Torá sobre la satisfacción de las necesidades físicas es profundamente distinta; para comprender la diferencia debemos entender la parashá de esta semana.
La Torá nos enseña que debemos buscar santidad y no sensaciones. En lugar de identificarnos e involucrarnos intensamente con nuestras necesidades, debemos desapegarnos de ellas y aprender a utilizarlas como una herramienta. La palabra kadosh, que significa 'santo', significa también separación o desapego. Nosotros no somos nuestras necesidades, sino que éstas son meramente parte de nuestra programación interna. Como hemos señalado, nosotros claramente no somos nuestra programación interna, sino que somos la suma de cosa que logramos mediante nuestras propias decisiones.
"Hashem habló a Moshé diciendo: 'Háblale a toda la asamblea de los Hijos de Israel y diles: Santos serán, pues Yo soy Santo, Hashem, vuestro Dios'" (Levítico 19:1-2).
Rashi explica:
Sepárense de las prácticas sexuales ilícitas y de las transgresiones; dónde sea que exista una barrera para los crímenes sexuales, encontrarán santidad.
De acuerdo al pensamiento judío, Dios implantó nuestras necesidades para permitirnos lograr de forma efectiva las cosas que debemos hacer como seres humanos. Nuestra necesidad de aventura es el motor que nos lleva a experimentar nuevas ideas; nuestro deseo de victoria nos ayuda a vencer al universo y someterlo a nuestra voluntad.
Nuestros deseos básicos son herramientas que podemos utilizar en nuestra búsqueda de la perfección. Constituyen el motor que energiza la maquinaria humana en la búsqueda de las metas que nuestras mentes consideran valiosas. Nuestras necesidades no están allí para ser explotadas o para proveernos satisfacción; están ahí para que las aprovechemos. Son un medio, no un fin.
El deseo de satisfacción sexual es probablemente el más poderoso de nuestros deseos. Incluso una mirada superficial a nuestra cultura basta para ver el gran poder de esta necesidad. Es la herramienta básica de toda publicidad. No podemos ni siquiera vender una Coca Cola sin la ayuda de un grupo de jóvenes con poca ropa y con figuras perfectas que aparentan estar disfrutando el mejor momento de sus vidas mientras toman una Coca Cola. La búsqueda del romance es el tema más común al que se refiere todo fenómeno cultural, ya sea una obra de teatro, película, libro, canción o programa de televisión. Si sacaras todos los fenómenos culturales que se centran en esta necesidad humana, entonces la mayoría de los atractivos que conocemos desaparecerían.
Pero esto no es ninguna sorpresa. Los seres humanos estamos obsesionados con la vida, y la necesidad sexual es la expresión fundamental de la fuerza vital.
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La búsqueda de vida

Hemos llegado al punto crucial de este ensayo. La Torá también se ocupa de la búsqueda de la vida:
"Yo convoco al cielo y a la tierra hoy como testigos: He colocado la vida y la muerte ante ti, la bendición y la maldición; y elegirás la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando a Hashem tu Dios, escuchando Su voz y aferrándote a Él, pues Él es tu vida y la prolongación de tus días..." (Deuteronomio 30:19-20).
"Pero ustedes, que son fieles a Hashem vuestro Dios, están todos vivos hoy" (Deuteronomio 4:4).
El punto de divergencia entre la cultura de la Torá y la cultura secular no es sobre el valor de la vida. La vida es el valor supremo en ambos sistemas. El punto de divergencia es sobre cuál es la naturaleza de la vida. ¿Qué es la vida? ¿De dónde proviene?
Una mujer romana de la nobleza le preguntó a Rabí Yosi ben Jalafta: "¿En cuántos días creó Dios el mundo". Él le respondió: "En seis días, como está escrito, en seis días Dios creó los cielos y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos" (Éxodo 20:11). Ella preguntó: "¿Y qué hace Él cada día desde entonces?". El rabino le respondió: "Él arregla uniones entre parejas y hace que alguna gente sea rica y otra pobre". Ella dijo: "¡Yo también puedo hacer eso! Yo tengo muchos esclavos hombres y esclavas mujeres. Los voy a emparejar esta noche. Lo que Él ha estado haciendo desde la creación, yo lo haré en unos pocos minutos". El rabino le dijo: "Lo que parece tan fácil ante tus ojos, es ante los ojos de Hashem tan difícil como la apertura del Mar, como está escrito: "Dios establece al solitario en un hogar, y libera a quienes están atados con cadenas" (Salmos 68:7).
En ese momento, Rabí Yosi se despidió y se fue. La mujer fue y alineó a mil esclavos hombres frente a mil esclavas mujeres, y ordenó que tal se casara con tal, emparejándolos a todos en una sola noche. Al día siguiente ellos fueron donde ella: uno tenía un rasguño en el ojo, otro tenía una herida en su cabeza y un tercero tenía un pie roto. Uno declaró "no quiero vivir con ella" y ella anunció "no puedo vivir con él".
Entonces la mujer romana mandó a llamar a Rabí Yosi y declaró: "Estoy lista para testificar que tu Dios es verdadero y que la Torá es verdadera, y todo lo que me dijiste fue bien dicho". Él le dijo: "Dios los empareja en contra de su voluntad, y de todas formas funciona. Él le amarra un collar a él en un extremo de la Tierra y lo empareja con quien está en el otro extremo de la Tierra, como está escrito: "Dios establece al solitario en un hogar, y libera a quienes están atados con cadenas". El significado de las cadenas es que quien es infeliz llora y quien es feliz lo expresa en una canción [pero ambos se someten al arreglo de Dios] (Tanjuma, Ki Tisá 5).
A pesar de que todo acto de intimidad nos hace sentir vivos, todo esto es físico. Como seres físicos, comenzamos a morir el día en que nacemos. La búsqueda de satisfacción física no debe ser confundida con la búsqueda de vida. La Torá considera dicha búsqueda la “danza de la muerte”.
Vida es la unión del cuerpo con el espíritu, es lograr una conexión con el alma y con Dios. No todas las relaciones sexuales lo conectan a uno con el alma. Sólo Dios, quien conoce la contribución espiritual que necesita el mundo en cada momento determinado, puede determinar qué tipo de unión es capaz de producir la conexión espiritual adecuada. Él considera que esta tarea es tan importante como los seis días de la creación. Es similar al proceso de la creación en su complejidad e importancia.
La creación de vida es la verdadera ocupación a la que debe dedicarse el ser humano. Fuimos puestos en el mundo para elegir la vida de forma que podamos vivir, nosotros y nuestra descendencia. Nuestra necesidad sexual es la herramienta que nos fue dada para que sea seguro que no ignoremos esta importante tarea humana. Pero la necesidad es una herramienta, nada más. Su satisfacción no es el fin, sino un medio.
Como siempre, son nuestras propias acciones las que inspiran la intervención Divina en nuestras vidas. Como detalla el Nefesh Hajaim [capítulo 1]:
"Hashem es tu guardián; es tu sombra protectora a tu diestra" (Salmos 121:5).
Dios actúa como una sombra que copia las reacciones de quien la proyecta. Si nosotros sonreímos, entonces Él sonríe. Si nosotros nos conectamos con Él por medio de nuestras acciones, Él está allí a nuestra diestra como nuestro Guardián.
La Torá nos enseña cómo ser partícipes del mundo físico pero al mismo tiempo mantenernos separados de lo puramente físico y conectarnos con lo espiritual en todas nuestras actividades físicas. Dado que la búsqueda de la fuerza vital es nuestra necesidad más poderosa y que, por lo tanto, constituye nuestra ocupación mas obsesiva como especie, la conexión de la fuerza vital misma con la espiritualidad es la conexión más importante que podemos hacer en nuestras vidas. La búsqueda apropiada de la fuerza vital es la que nos permite acceder a la santidad y nos ayuda a trascender el mundo físico. Las leyes referentes a las relaciones sexuales aparecen escritas en la Torá para guiarnos de forma apropiada en esta área.
Es cierto que en términos de mera satisfacción de una necesidad física no existe una diferencia real en cómo uno la satisfaga, siempre y cuando no dañe a nadie. Pero como siempre, hay mucho más en juego.
Como judíos debemos perseguir la verdadera vida. No debemos gastar nuestros días en la búsqueda de sensaciones físicas que nos distraigan temporalmente de nuestra inminente muerte.
Publicado: 23/4/2014